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domingo, 3 de agosto de 2025

Me llamaron ahorita...

Hay manos mágicas revoloteando por mi casa,
pues huelo el aroma del café que proviene de la cocina…
A veces deseo que lo que transmito sea solo un cuento,
y no sean los caminos irreversibles de desesperación e ignorancia.

¡Yo nací en el país donde germinan los Canserberos!,
en la calle Montesinos donde pensar tiene un precio.
En una transmisión…, rodeado de gente y del gélido calor
protegido por los fantasmas que da la ilusión tecnológica,
abrigado por la noche del domingo, entre persianas y puertas,
le doy vueltas al cerebro; ¡saboreo el café!
Me encuentro encerrado en un torbellino de incógnitas,
escudriño el refugio en la clara oscura habitación,
tal vez sea un fracaso o una abstracción
haber buscado verdades muy grandes
en lo absurdo de la clandestinidad
donde la conspiración es la verdad.

Y a está ahora mi celular cortó la última llamada,
parecía el susurrar del aquelarre que venía por mí.
Percibí del otro lado una voz sombría y mi piel se arrugó,
y lo ancestral me pinceló de lo más profundo el frío,
mientras cientos escuchan mis verdades sordas,
mis coincidencias entre afirmaciones y hechos.

Yo atiendo el ruido que comienza a golpear mi puerta,
es incesante el sonar de ese golpeteo…,
esos nudillos de animales que advierten la presa herida.
Ese pulgar y ese índice que huelen a residuos de pólvora
traen el cometido de acallar el torrente de una voz libre.

En mi sudor tropical, en mi recinto que es mi piel,
las palabras, mi cuarto, mi baño, la sala…
y cada sencillo objeto que me ha acompañado
en esta ingrata y corta vida…
se oye un pesar afanoso carente de sentido.

Desde que mi padre fue forzado a irse de mi mundo,
siento mi casa de papel, sin resguardo…
de esos congregados danzando detrás de mi puerta.
Antes de volver a reunirme con mi tata, me duele escuchar
los desgarradores clamores de mi vieja…
retumban en mi mente… sus ruegos a los de afuera,
pero habito en un lugar donde las lucernas se cierran
ante la posible amenaza del exterior; queda la mudez,
llega la oscuridad, e intimidada la claridad se duerme,
se apagan las luces y se adentran en un celular
para formatear sus ojos, su voz y pensamiento…

¡Un estruendo!, derriban la contención que era la puerta.
¡Malvados Niños!, sin miedo a nada, sin temor a la cámara…,
como un tren irrumpieron en una ráfaga cadavérica
que deja en el aire residuos de bario, antimonio y plomo.

Mi vieja grita en una súplica desgarrando las venas de Piñoral,
y eso me va a acompañar cuando esté pálido y macilento,
y ella vivirá la ausencia con el más vil recuerdo…,
pero, madre, siéntase orgullosa de que su hijo aprendió a pensar
en medio de una enrojecida selva quemada y talada.
Su hijo será ese árbol que cae en la hojarasca del monte
y, con el rumor de las hojas, el ronquido de las ramas y el bullicioso aire,
tal vez haga un poco de ruido en la memoria del silencio colectivo.



Joven influencer Gabriel Jesús Sarmiento Rodríguez, de 25 años, se dedicaba a hacer denuncias sobre corrupción y crímenes. 
El domingo 23 de junio de 2025 en Maracay, Venezuela, transmitía en vivo desde su casa a través de la red social TikTok cuando unos hombres llamaron, con violencia, a su puerta y a los minutos, la derribaron, entraron disparando e hirieron a su madre en plena transmisión. 
A Jesús le segaron su derecho a la libertad de expresión y lo más preciado: la vida.

Este video fue tomado de la web de la cuenta @elmundo


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