lunes, 13 de febrero de 2023

Insuflando Aliento

 

          Esa sedosa pañoleta de ir a misa, el sobrio vestido negro, el Cristo colgando en el pecho, el reloj en su muñeca, punteando las suspendidas doce, y los refulgentes zapatos de tacón… le surten la prestancia que ameritan los tiempos.

          Apoltronado en el deshilachado sofá, naufrago con la vista en el techo en el que un verdoso moho trabaja sin cesar. Tomo la humeante taza de tilo puesta en la mesita a mi derecha, le doy un sorbo y mientras relamo los bordes… la miro inmóvil, pero cautivada frente a mí. ¡De repente!, ondas vienen y van. No puedo renunciar a sentir ese coraje en la memoria, en la que facturo los largos momentos que me prohibiste vivir.

          Desde el propio inicio de mi escuela, ¡se gestaba!, ladrillo a ladrillo y sin yo comprenderlo, una prisión eterna. Antes de eso era feliz con mis compañeros de grado, hasta que unos meses después de mi contento diario, resolviste retirarme del colegio y proporcionarme tú misma mis convenientes clases particulares, y me excluiste del mundo y de la realidad. Comencé a alimentarme de la ficción. Yo existía en un entorno fantasmal: sin amigos, ¡ni rostros!, sin vecinos, ¡ni saludos!, sin otro descendiente, ¡ni otra familia!, que no fueses tú.

          Una noche, entre los resplandores de una tormenta, desvelado, me levanté de la cama y observé que al terminar de sonar los campanillazos, apresurada, le dabas vuelta a las manecillas del anticuado y gigantesco reloj ubicado en un rincón de la sala… No le presté demasiada atención y, en un medroso sigilo, me fui a dormir. Transcurrieron unos días y me volcó la intriga de aquella escena.

          Semanas después, abrigado en la curiosidad, volví a la misma hora a vigilarte y, luego del repiqueteo de las doce campanadas, en un ritual repetías la puntual maniobra frente al reloj y así regresaba cada medianoche a espiarte.

          Aquella noche, luego de que abandonaste la sala, vencí el miedo de ser sorprendido y me aproximé al tic tac para constatar, como siempre, que habías retrocedido las agujas. Entonces, como un juego infantil, las adelanté una vez más a su hora original y así lo estuve haciendo por días… para notar muy extrañado que de tu cabeza florecían canas. A las semanas me sorprendí de que mis botines no me calzaran. A los meses tu lozano rostro reflejaba cansancio entre pronunciadas arrugas que no conocía… y lánguidamente te fuiste durmiendo.

          ¡Ton! Ignoraba el secreto de tu promesa ¡Ton! Bueno, amada madre ¡Ton! Me acabaré mi bebida ¡Ton! y al terminar de sonar ¡Ton! los doce campaneos ¡Ton! iré a retrasar el reloj ¡Ton! y te pondré tu dosis de… ¡Ton, ton, ton…!

Número Especial 2021

miércoles, 24 de febrero de 2021

Bajo las farolas

 

   Echo un vistazo al inmenso reloj que tengo detrás y el cuello me suena ¡crack!; me atraganto con la punta de las agujas, pues ellas, de pausa en pausa, se acercan a las ocho de la noche y apuro el último bocado porque en la cena mi padre capitanea sus críticas contra mí. En ocasiones tiene razón: ¡Que si los coloridos cintillos que uso en la cabeza!, ¡que si uso los pantalones muy ajustados!, ¡la franela muy corta!, ¡los tacones muy altos!, ¡que deje de comerme las uñas! Y por último en su cierre magistral: ¡qué es una verdadera grosería mi maquillaje de hoy!

   Al fin termino la comida y me limpio la boca con la servilleta, como lo manda el protocolo, pido permiso para retirarme y lo hago despacio para no exhibir la ansiedad, pero al salir del comedor pego una veloz carrera hasta el ventanal de la sala. Abro las verdes y carcomidas ventanas de madera y me asomo al hueco de luz, para sentarme, muy coqueta en la cornisa frente a la calle.

   Intento obviar todas esas censuras e incomprensión de mi viejo y permito que entre el fresco viento por las ranuras de mi escote. En la angustia, comienzo a mordisquearme las uñas y súbitamente retumba el sonido mágico de mis días: ¡Tin-tin-tin-tin-tin-tin-tin-tin!, y aparece Andrés doblando por la esquina acompañado de las farolas; con pasos firmes se aproxima para pasar delante de mi fachada y cuando me dispongo a hablarle… se me traba la lengua y enmudezco, entonces el guapo de Andrés, sigue de largo sin advertir siquiera mi presencia.

   Suspiro y al menos me alegra el alma el haberlo visto como todos los días…; seguramente mañana sí tendré el valor de conversarle y sin anunciar su presencia mi comprensivo padre aparece para llamarme: «¡Anda a dormir, Javier!, que mañana hay que madrugar».


martes, 15 de diciembre de 2020

La Corona del 2020


     Entre una fiebre y una tos que desgarra mi garganta, paso las horas. En pantalones cortos, medias y cholas me encontraba sentado en el suelo, pues sillas vacías ya no quedaban en el exterior de este lugar donde, no obstante mi pesadumbre, los árboles eran más verdes y los pájaros trinaban con más fuerza que nunca.

     A través de un megáfono nos informan que allá adentro ya está copado y no sale ni entra nadie de aquel recinto…; lo que hago es darle vueltas a la cabeza y preguntarme cómo nos pasó esto, en qué momento llegué yo hasta aquí si hace un mes vivía feliz con mi madre, soñaba con una novia, tenía buenos vecinos y la universidad comenzaba a brillar para el futuro. 

     Respiro cortico…; tengo un llorar acumulado como si la lotería de la sequedad me la hubiera ganado yo y es que este dolor de cabeza no se me quita desde hace días… Recuerdo a mi mamá cuando me hizo el último desayuno y yo le bromeaba al acercarme a la mesa y le decía que era la anfitriona más hermosa que había conocido, y ella me amenazaba con que si me ponía groserito ya no me consentiría más. 

     Yo seguía con mi vida normal por las calles, en cambio mi madre redobló previsiones y ya tenía más que una cuarentena resguardada. Yo no había tomado las precauciones del caso; mi juventud no admitía películas reales en mi vida.

     Veo a mi mamá que entra toda angustiada al apartamento y comienza a quitarse su exagerado equipo de guerra. Entra en crisis, pues había ido a casa del vecino a dejarle en la puerta algo de comer porque tristemente había perdido a su esposa e hija hace unos días, y ahora él no se sentía muy bien de salud. Llegué a pensar como algo normal que tal vez ese viejito se moriría de desconsuelo. Abracé a mi mamá y ella se puso a llorar en mi hombro y, gimoteando, me dijo que el señor Eleazar le entregó sus sueños a Dios: había muerto esta mañana y se lo llevaron en un solo secreto. Intenté consolarla, pero fue inútil y corrió a desahogarse a su cuarto.

     Inhalo fuerte para llenar los pulmones de aire como si alguien me tapara la nariz con una tela adhesiva… De pronto, me desperté y estaba sentado, solo, en una silla de ruedas y con una manta encima, y no tengo la menor idea de cómo llegué allí, pues hace unas horas estaba sentado en el suelo; debe ser que me desmayé y me ubicaron en el fondo del patio del hospital.

     Mi tos se apresura a salir de mi boca y mis estrujados pulmones piden oxígeno a la vida. No sé qué hacer en este padecimiento pues, a pesar de ver mucha gente, todos mantenemos la inmensa distancia, ya no existen los abrazos y los besos acalorados de mi gente. 

     Esa tos seca no se me va y cada vez respiro más rápido. Espero por una cama o algo de oxígeno pero, como yo, hay miles en la misma situación… Ya no hay manos aunque quieran, ya no hay tiempo para llorar, pues la tos y la falta de oxígeno les ganan la carrera a las lágrimas. Para los positivos del virus solo existe la suerte de morir. El fatalismo llegó para todos. 

     Mi madre fue la que me trajo hace unos días al hospital y no quiso abandonarme a mi suerte; de una manera vertiginosa, enfermó y tuvieron que llevársela. En ese momento sentí un terror espantoso de perderla y, como un niño, me amarré a su cintura. Antes de irse me miró con todo su amor y, en un abrazo sin fuerzas, me dijo que le entregara mi angustia y mis miedos a Dios, y que ella rezaría por mí… Entre lágrimas, me echó la bendición y la vi alejarse. Ayer en la noche un doctor me informó que murió, y me apenó mucho saber que sus últimos minutos fueron de dolor y soledad… 

     Al igual que yo, me he quedado solo…; estoy asustado…, cada vez que toso me duelen insoportablemente el pecho, los ojos, los brazos, los pies, los dedos de las manos, y siento tanto miedo de morir solo…, pero nadie se me acerca porque soy un virus viviente.

Gracias por permitirme estar entre sus páginas.


Las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de El Diario El Nacional

jueves, 3 de septiembre de 2020

Barba


Mientras riñe con su estreñimiento en el inodoro, hojea el periódico y presta gran atención a uno de los titulares que es recurrente durante el año: «Misteriosas desapariciones ocurridas en la ciudad…».

Marcos ha pasado la tarde del domingo en una vagancia total; se despertó a las nueve de la mañana, pero dio vueltas en la cama hasta pasada las once. Se comió un sándwich como almuerzo y el resto de la tarde lo ha transitado recreándose con los programas de la tele…

Acostado en el esponjoso sofá de la sala, con un vaso de agua en la mano, atiende el resonar de la voz triste de un animal que se queja como un crío que demanda ayuda, no es la primera vez que lo escucha, tenía unas semanas desaparecida esa lamentación. Marcos sospecha que se trata de un infortunado perro, que su dueño seguramente lo abandona a diario.

Viendo un partido de fútbol, percibe la incesante cantinela del animal, hace mutis, y de un salto se aproxima a la ventana y en un respingo de héroe decide ir a rescatar al desdichado.

Marcos cruzó la calle y se introdujo en el edificio del frente a sabiendas de que de allí provienen los gritos de soledad. Comienza a remontar las escaleras y nada que lo encuentra… de pronto, aquella voz doliente se hace más cercana en el piso seis y continúa subiendo. Sudando la gota, alcanza el piso 9 y se agarra del barandal para tomar aire… Atiende el aullido informando su ubicación, levanta la cabeza y nota entreabierta la puerta del 9-A. Cauteloso, se aproxima y exclama desde la entrada: «¡¿Hay alguien en casa?!».

Ya dentro del semioscuro apartamento, hace el recorrido: Va a la cocina, a uno de los baños, a una de las habitaciones y no consigue el objetivo… Parte rumbo al último cuarto y descubre que está bajo llave. El aullido inicia y Marcos desespera, y con el hombro toma un mínimo impulso 1, 2, 3, ¡plaf!... y nada que se abre la puerta.

El aullido es más agudo y resuelve otra vez tomar impulso 1, 2, 3, ¡plaf!... y abrió la puerta… Se sorprende, pues el animal está en medio de la oscuridad amarrado a unas cadenas que suenan a prisión y el hedor es insoportablemente azufrado. El cuadrúpedo aúlla en un llanto que conduce a Marcos y satisface ver cómo lo libera…

Un hombre alto, vestido de negro, en un caminar pausado entra al apartamento 9-A, y con una enorme confianza, anuncia su llegada: «¿¡Cómo está mi bebé!?, que está en silencio».

Avanza por la casa, lleva a la cocina los víveres que compró y luego va hasta el cuarto que se encontraba bajo llave y arqueando el entrecejo expresa: «¡Señor, siempre hay un buen samaritano!». Desde el umbral de la puerta dice: «Con razón estás tan callado, Barba… ¡Alguien se condolió de tu hambre!».


miércoles, 29 de abril de 2020

Megapíxeles


   Con una congestión de gametos acelerados en una autopista a mil por hora, desconsolado regresé de la fiesta antes de la medianoche y, como un sigiloso lobo, entro a mi habitación y gruñendo me echo en la cama…, siento los retorcijones de un salvaje animal en celo. Para intentar liberar la tensión de mi aturdido cerebro, con mi mano preferida sobo con suavidad y determinación mis partes impúdicas, rememoro el instante en que bailaba en el retumbar de coloridas pantallas de plasma, ¡bum-bum-bum!, acompañado de ese lindo paraíso de carne que me cautivó. ¡Uyyy, nada de nada!, me fui en blanco, ¡qué mala onda!, solo me dejó la ropa oliendo a cigarro, a queso de pizza, a perfume infantil, a sudor de puticas y con un abusivo dolor entre las piernas. 

   Qué ganas le tenía a esa Leticia, ¡pero bueno!, fue un momento engañoso, me ha mandado cachondo para mi dulce hogar; lo que me queda es enclaustrarme en el baño de mi cuarto. ¡Oh!, ¡oh!... bueno, se me olvidaba la alternativa tecnológica: «¡Usa los recursos a tu disposición!», siempre me dice la profesora de computación. Golpeo el power y… y… y… ¡esa vaina si está lenta!, ¿será que media ciudad se está pajeando?

    En ese intervalo de espera, que me parece infinito, hago lo posible por aplacar mis necesidades; ¡el ejército quiere salir a la fuerza!, ¡esos cabezones no se pelean por regenerarse!, se empeñan en huir, ser libres, me empujan y corren aturdidos…, solo escapar de esa ebullición es su más ferviente aspiración. Les ruego una oportunidad para compensar este desastre de haberlos invitado a la gran parranda y salir con las tablas en la cabeza. Ellos insisten en emerger por su cuenta, pero les advierto que morirán millares sin llegar a disfrutar del placer de la vida y me responden los muy ingratos:
¡No nos importa un carajo!, estar aquí encerrados es una pesadilla.

  Definitivamente esta rebelión de miles es una guerra psicológica. Sofoco el cuerpo con mis pensamientos, tengo el flujo de testosterona al cien por ciento; trago saliva, me suda la frente, me pican las manos, me tiemblan las piernas, estoy a punto de un colapso, un coma pajillero y… y… ¡arranca ya coño!...  

   Ruuuiiiiruuu, ruiii, ruiii… ruiiiruuu, chu, chu, churuiiiooo…: «Al fin». Clac-clac-clac… entre sudores fríos aparecen en directo esas bronceadas curvas en high definition; las yemas de mis falanges rebotan fantaseándola ¡para mí solito! «¡Eres un egoísta!», acota ella en la distancia, pero es que posee una hechura muy hermosa: La imagino con sabor a mango, a sol caribe, a olor tropical. Clac-clac-clac… «¡No sean curiosos!», lo que le manifiesto es confidencial, exclusivamente entre ella y yo. Ese castaño cabello lo enrosco delicadamente en la punta de mis dedos, esos encarnados labios son dos espadas fileteando los míos, ¡esos ojos traviesos!, preñados de fuego, me invitan a lujuriar… A través del ojo visor, desciende… la pícara, enseña sus cocos henchidos de proteínica leche y mi incendiado mástil, junto a sus inflamadas boyas, se aprisiona contra el metálico cierre.

   Clac-clac-clac… ¡no traten de pescar lo que le escribo! No se los den de Anonymous; ya se los dije, es algo muy íntimo entre este par. El visor recorre sus firmes y dorados muslos repletos de diminutos vellos. «Mira lo que te tengo», me dice la descarada; se gira y me enseña los dos hemisferios sebosos…, su pomposo rulé de voluptuosa definición, me comería su escondido y pestilente hedor como todo un placer gastronómico. El mástil, en plena tormenta, está a punto de partirse en pedazos desde el tallo hasta el frenillo al no encontrar una salida de emergencia. Clac-clac-clac… El visor se mueve violentamente y se sitúa en sus perfectos y blancos dientes para mostrarme en la ironía de quien posee el control de la situación.

   Clac-clac-clac... Palmo a palmo el visor pasea sus prominentes caderas y llega al ombligo para detenerse y dejarme extasiado. De una manera vulgar, lubrifico con saliva las palmas de las manos, abro la cremallera, le consiento escapar al mástil que tiene las violáceas venas hinchadas como un globo y por fin logra respirar de tal ahogo. Ella desliza el visor perezosamente y muestra el más preciado tesoro de Venus envuelto en una esponjosa lana negra y, al descubrirlo, se puede distinguir jugosita, rosadita, bonita, cerradita y delicada.

   Imagino su hinchado clítoris temblar como una gelatina rosada, mientras la devoro con gozo, la torturo con los dientes y los hilos de saliva diseñan estalactitas de cavernas en esa región pubiana.  ¡Ya no resisto más!; de una manera placentera mi muñeca sacude el mástil de arriba a abajo en un torbellino de sensaciones, ¡explotó por dentro!, termino rindiéndome como todas las noches y expulso un placer espasmódico en un claro gemido: “libertad”. Exhausto, sudado, adormilado, hambriento, clac-clac-clac…, me despido de ella a través de la inalámbrica conectividad y me desconecto…



Seleccionado en la Convocatoria de la Revista Literaria Anuket 2020.
Literatura Erótica. Tomo 3. 

Las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de la Revista Anuket Tomo 3


viernes, 3 de abril de 2020

Esa eres tú

Eres lo maravilloso de mis días, esa infinitud que vocea lo inefable,
calandrias y gavilanes compartiendo el mismo nido,
y mis besos y abrazos olfateando tu silueta en las sombras.
Agradezco a la ilusión por embarcarla en la nao que navega a mi lado
para así comulgar prisión y albedrío como Dios manda.

Esa eres tú, ese milagro donde borbolla el punto de la sustancia.
Como hiena te acoso para la sempiterna fiesta en la madriguera,
el calor lleva de la mano al sudor por la senda que cala tu tez
y obligado estoy a seducir el lapso que le proveyó alas a tu centro.

Hago votos con la sangre que brota del útero de la tierra,
que lameré tus heridas y convertiré tus predios en lirios de agua.
Seré agradecido con el camino que toquen mis vulgares pies.
¡Por favor!, te imploro en una lágrima mía:
quiéreme por el resto de la vida y ama al zafio que soy.

Eres la presencia que rebosa mis campos baldíos,
lo alucinante que abarca mis deshechos mares.
No pretendo que me regales nada, lidiaré por cada poro tuyo.

Con mi sabor amargo y un tanto de miel de tus labios
te prometo que no serás un cuento que no se escriba.
Apostaré el alma en las letras que te harán veraz,
serán grafías con un amor fresco y lozano.

¡Ahora bésame!...
y cabalguemos sin tregua para deponer el tiempo atrás.
Traguemos años y hagamos eterno este baile de Eros.

En ninguna fracción renunciaré a ser tuyo en tu piel.
Si te secuestrara el fenecer, iría por tu corazón a donde sea
para que tus callados ojitos por siempre rían.

Tomaré tu frío y tu hambre, y te daré amor.




miércoles, 4 de diciembre de 2019

Tierra bajo mis uñas



En mi paseo por la Gran Manzana, diviso en la esquina a ese regio trasatlántico,
centenario, colmado de más historias que su apilada acústica de ladrillos y piedras.
Nacido de sueños, nacido del océano, nacido de luna de miel, nacido del puro amor,
allí se recrea el cuerpo y alma de esas caricias que dejan los ricos colores orquestales.


Ahora estoy adentro y respiro una atmósfera de calma, el caos lo he dejado en la calle
y en una ilusión pueril me parece estar en un ilícito fragmento de la historia.
Ahora estoy arriba del escenario donde olvido qué tan lejos está mi casa materna,
pero me he traído en las valijas los “tics” vocálicos más hermosos de sus risas.



En este vehemente sueño puedo lidiar con eso y dejar de pensar en lo que dejamos 
ausentaré lo malo para evocar y añorar mi olor a tierra con el recuerdo hecho música.
Desprevenida, me abordan sincopadas y rítmicas olas de sentimientos que van y vienen
conectándome a las emociones de la imaginación, que son lo que me hacen humano.




Ahora estoy aquí en la sala de conciertos como un regalo que la vida obsequia a pocos;
entre el suntuoso amueblado y decorado, que parece trivial se esconden significados,
rebotan de las paredes, pisos flotantes, techos colgados, los ecos de herencia musical:
Sergéi Rajmanino, Vladimir Horowitz, Isaac Ster, Walter Damsosch, Doral Parelman…



Mis ojos no existen, mi boca no existe, mis oídos no existen, que me quedé sin voz…
Soy etérea, aquí en el lugar que escapo soy feliz y nadie puede hacerme daño.
Habitan las butacas al frente, vacías como un ensayo de luz que me consiente la vida.
Los atriles sin partituras, las sillas sin músicos, los instrumentos con solo el alma
y noto mi suave voz… allá, delante de mí… y mi saliva, que es etérea, la siento rodar.


En el éxtasis transportado llevo mi piano al fondo del patio familiar y los oigo libres;
observo mis manos y descubro abrazada, debajo de mis uñas, la tierra que añoro.
Me acerco al piano con el alma libre y confieso que junto a él soy una amante feliz.
Sentada, mientras tecleo, veo debajo de mis uñas la tierra de aquella llanura que amo.



Mientras las melodías vuelan y se hacen sueños, veo en mis uñas la nevisca que amo.
El recorrido de mis manos parece infinito y veo en mis uñas las aguas azules que amo.
Escapo en el mariposeo de mis dedos que me muestran el cerro Ávila que siempre amé.
Sin otro auxilio que mi instrumento improviso un ritmo sin alardes de mi pena historia
la última nota del “Himno más bello del mundo” colma cada rincón del Carnegie Hall.


Abro los ojos para encontrar que no es un sueño; el golpeo de cuerdas voló con miles
pues el aplauso y vitoreo de la audiencia que se levanta de sus butacas me despierta,
y en una ceguera emocional contemplo impecables mis manos de pianista,
y siento mi arrugado y exiliado corazón huérfano de tierra aquí en Manhattan.




Gabriela Montero pianista, compositora y arreglista venezolana, 
destacada por sus improvisaciones al ritmo del piano de melodías populares y clásicas.

El 30 de julio de 2019, Gabriela hizo magia en el majestuoso escenario del 
Carnegie Hall de Nueva York, en el que desde 1960 no se presentaba 
una mujer con su propio concierto.


Todas las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de la web


jueves, 25 de julio de 2019

La mitificación

Se presentó en mis tierras la imagen que unos aquí admiramos;
se paró en frente de la masa con el garbo que unta el desparpajo:
nos exigió silencio y trajimos la ausencia del ruido;
nos ordenó hincarnos y curvamos las piernas sobre el suelo
congénere de un venerado ser emergido del inframundo
era él quien disfrutaba de nosotros y no nosotros de él.

Nos sorprendió con ráfagas de balas salidas de su boca,
e hipnotizados retozamos y coreamos su nombre.
Le lanzamos rosas que en sus manos se marchitan
y la amenaza de devastarnos la esencia es latente;
inoculados no logramos digerir aquella hostia,
y el ánima de estas tierras verdes se revuelca poseída
y se hunde en el arsénico fango del invitado…

Él se marcha y aún así ansiábamos que se quedara;
Desdeñoso, sale golpeándonos con sus espinas
y así fue como nació mi aldea… llamada:
“Ocaso”.

Gracias a la Institución por mantener viva la memoria del poeta cordobés
¡Que siempre viva el poeta!
Agradecido por tan maravilloso reconocimiento.



lunes, 1 de julio de 2019

El hombre de los mil rostros

    Las gotas de sudor ya recorrían plenamente mi exigido cuerpo, pues los cinco kilómetros de trote que hoy me estaba lanzando estaban casi por terminar, a pesar de los obstáculos que conseguía en cada zancada. Pero, ¿cómo molestarme si ellos tienen los mismos derechos?, es la calle tanto de esos humanos como mía.

    Un panorama pintoresco se reconocía, como ya era costumbre, por las avenidas y calles de Caracas; todo se encontraba congestionado, autos por doquier y gente vociferando cualquier cosa a los cuatro vientos. Aún en mi momento de bloqueo las comprendía, intentaban hacer el ejercicio para liberar su mente, eso suponía, como yo con el trote.

    Eran mis cinco kilómetros de libertad plena, era el momento para mí, era el aire que me pertenecía y podía respirar con anhelos, no obstante, lo compartiese en el asfalto con cientos de miles de extraños. Algunos en la masa de gente me observan y me dan por aludido. Un joven como yo se me acerca en persecución y hostigamiento, se me arrima y me estudia como un bicho raro, y su boca despacha palabras coherentes para los que caminan: «Este, ¿haciendo deporte? ¿Qué tal?, en vez de ponerse a trabajar, que es lo que realmente necesita el país».

   Luego de culminar mi meta de los cinco kilómetros, llegué doblado, con las manos puestas en las rodillas, a la planta baja del edificio donde vivo y comprendí que efectivamente estaba agotado…, el corazón se me iba a salir disparado por la boca, me asusté un poco porque soy muy joven, pero el cansancio aún no derrota al estrés el cual no me pertenece y no soy su único dueño. Respirando profundo e intentando secarme el sudor de la cara, me asomé a través de los barrotes de la residencia, y miles de zapatos y cientos de voces alegraban mi vida como pájaros cantores.

   Ya un poco con el corazón desacelerado veía más consciente hacia la calle y comprendía por qué todos los días soñaba con mis cinco kilómetros de trote, lo cual es lo único que me mantiene con los pies en la tierra; es lo único, allá afuera, que me grita que mi mente no está en la desolación, que nunca jamás, por más que otros se empecinen en aislarme o no comprendan el ejercicio de lo que hago, jamás estaré solo en esta lucha que es menester de todos los días.

    Decidí no tomar el ascensor para seguir en el escape del deporte agotador. Subía las escaleras lentamente y el ruido de las calles de Bello Monte tal vez me causó que el cielo se quedará por un rato sin guacamayas ni loros, pero la agitación en la calles eran canciones que me motivaban a trabajar arduo, sin parar, y si era necesario, sin comer, sin dormir…, porque ahora mismo soy un afortunado en este des-reino. Yo amo lo que hago, aunque a menudo me miren a los ojos como forastero de causas ajenas a mí…

    … En cualquier lugar, porque todos los lugares ya son iguales…; allí, en ese espacio en que te encuentras desvalido, te apuntan con un arma e intentas con horror esquivarla y sudando, asustado como un niño, te despiertas acelerado y chocas con una pared roja que es tu realidad… El estruendoso ruido me ha sacudido y me he sobresaltado de la mesa con un terror de media noche. Han salido volando carpetas y papeles por doquier…; es la puerta de la sala y mi alma vuelve a su sitio cuando veo frente a mí a mis dos hermosos hijos que me emboban, y a mí adorada esposa que me aplaca. Los pequeños se me abalanzan y hacen que la vida valga la pena, y sus carantoñas le proveen valor a la lucha para que en ningún tiempo quede el vaso de la justicia totalmente vacío.

    Mis niños me ayudan a recoger los papeles del suelo; arrodillado, como implorando a Dios, me encuentro con los cruentos recuerdos…, mis dedos sudan llanto al percatarme de que tengo en la mano el viejo expediente de Jesús Mohamed Espinoza Capote, de 18 años... 

    Ya me he duchado y mis niños disfrutan de la siesta; me encuentro de pie frente a la ventana de mi apartamento y manoseo el expediente de Marcelo Crovato «Yare III» y saltan los míseros dolores, pero me repongo al saber que él es esa fuerza del mensaje que yo llevo dentro. Desde lo alto miro la calle iluminada por el sol y puedo notar que ese exterior ya solo lo acompaña el viento que arrastra algunos panfletos que reverberan colecciones de voces y más allá se nota al solitario indigente que busca cómo resolver el día. Dentro de poco las calles quedarán totalmente vacías, el caos por hoy se marchó; ahora, con firmeza positiva, comenzará mi trabajo junto a un valiente grupo de activistas y voluntarios que VIVEN solamente para conocer la paz.

    Y yo, que soñaba con ser músico, compositor, escritor, corredor de maratones..., esa sería mi responsabilidad ciudadana, y veme aquí, sentado a la mesa a mis 49 años, aquí comenzó mi mundo de lucha por familias cuyos seres amados en la cárcel han desaparecido. Manifestantes que regresan de una noche en la prisión con algún hueso roto. Políticos de la oposición detenidos bajo cargos artificiosos, ahora me preparo para enfrentar el mazo de los que creen ser dioses de la justicia, pero la voz de la verdad no la podrán acallar, la fidelidad a una idea siempre prevalecerá...

    Son casi dos décadas de trabajo sin parar y lo innegable es que me siento un hombre dichoso y le doy mil gracias al destino de haberme colocado en este sitial de amor, que un giro del destino sin remordimiento me obsequió.


Alfredo Romero Mendoza es un abogado venezolano, activista de derechos humanos y director ejecutivo de la ONG Foro Penal. Distinción Premio Robert F. Kennedy Human Rights (2017).

Entre 2001 y 2002 fue relator de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia y en 2002 fundó la Asociación Civil Vive (Víctimas Venezolanas de Violaciones a los Derechos Humanos) la cual posteriormente se fusionó con el Foro Penal Venezolano. Ha representado a miles de víctimas de violación de Derechos Humanos por parte del Gobierno Bolivariano de Hugo Chávez y Nicolás Maduro desde el 11 de abril de 2002.


Ficción Histórica
Las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de la web.



viernes, 5 de octubre de 2018

El grito

     Es una madrugada en la que la Luna cobija secretos y el viento silba acurrucado en las montañas.  Mis seis hermanos descansan regados por toda la sala y aún no se levantan. Humea la taza de café y sorbo un trago.

   Desde la ventana visibilizo las montañas que con orgullo ondean su libertad entre la niebla. Parsimonioso, camino alrededor del salón, los observo y, en la mudez, les doy las gracias por creer en lo que hacemos…; ellos lo han abandonado todo por un sueño. Como un cuadro al oleo veo a la dulce Andreína acurrucada entre los cálidos brazos de su amor y, con una sonrisa, noto su vientre en el que por ahora vive el futuro.

     Ya se abrió la mañana y con la claridad pudimos observar en la lejanía, a través del empinado y angosto camino de tierra, a centenares de hombres vestidos de uniforme que se venían para encima levantando el polvo.

     Nadie fue desobediente, nadie salió a las calles, por más que grité, por más que gritamos, por más grito que hubo, por más que le pedimos a Dios que los despertará de ese letargo.  

     A unas horas de haberse despertado el grupo, las sólidas paredes de ladrillos ya estaban llenas de orificios y aún seguía salpicando el friso por doquier y vibrando las ventanas que fotografiaban los agazapados movimientos de los árboles heridos.

  Transcurría la mañana, los que creían en nosotros, los indiferentes y los que no creían permanecieron haciendo lo mismo de todos los días: comprar la caridad, aferrarse a la esperanza, permanecer  en la fila de la humillación, subsistir detrás de sus tableros, seguir con los brazos cruzados, esconder el miedo en un teléfono, bloquear el “¡sí se puede!” de su mente.

     Todos los buenos de afuera le corrían a la historia, a pesar de estar del lado correcto de Dios. Yo no era nadie para culparlos, todos querían estar vivos, nadie quería estar bajo tierra, preferían estar vivos, no importa cómo, pero vivos.

     En una alternancia de tiempos una onda expansiva me creó confusión. Entre voces y ruidos me vi tirado boca arriba en el suelo, el piso vibraba y el techo, a dos aguas, ya no existía. Aturdido, en mis órbitas resaltan entre los escombros una motocicleta, ollas regadas a lo largo del suelo y uno de mis hermanos yace tendido a mi lado. Escucho los quejidos de Andreína y pienso en el llanto de su bebé que no saldrá de ese vientre para conocer el Sol, la Luna y la Libertad.

     Entre los nubarrones del pensamiento me aferré a mis tres estrellas, esas que me hacían risueño, esas a las que até mis cordones de lucha… y me dejé llevar con ellas a cantarles una canción y colmarlos de amor y mientras exhalaba mi último aliento…  el centinela, que había pernoctado con la Luna, con su fría mirada estaba dispuesto a entregar su trofeo; me acercó a la frente el gélido metal y en un chasquido me fui…



El 15 de enero de 2018, Óscar Pérez, junto con otros seis compañeros de lucha, fueron ejecutados por cuerpos de seguridad del Estado venezolano, 
pese a su voluntad expresa de rendición.

Abraham Lugo Ramos
Jairo Lugo Ramos 
Abraham Israel Agostini
José Alejandro Díaz Pimentel
Daniel Soto Torres
Lisbeth Andreína Ramírez Montilla




Minutos antes de ser ejecutado estas fueron sus palabras:

"Le quiero pedir a Venezuela que no desfallezca, que luchen, que salgan a las calles. 
Ya es hora de que seamos libres y solo ustedes tienen el poder ahora. 
Los amo con toda el alma, con todo el corazón".

Gracias a "Venezuela Hasta Los Tuétanos. Bajo La Lupa N° 27"
por hacer un audio de este escrito.


Ficción Histórica
Las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de la web.


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