martes, 15 de diciembre de 2020

La Corona del 2020


     Entre una fiebre y una tos que desgarra mi garganta, paso las horas. En pantalones cortos, medias y cholas me encontraba sentado en el suelo, pues sillas vacías ya no quedaban en el exterior de este lugar donde, no obstante mi pesadumbre, los árboles eran más verdes y los pájaros trinaban con más fuerza que nunca.

     A través de un megáfono nos informan que allá adentro ya está copado y no sale ni entra nadie de aquel recinto…; lo que hago es darle vueltas a la cabeza y preguntarme cómo nos pasó esto, en qué momento llegué yo hasta aquí si hace un mes vivía feliz con mi madre, soñaba con una novia, tenía buenos vecinos y la universidad comenzaba a brillar para el futuro. 

     Respiro cortico…; tengo un llorar acumulado como si la lotería de la sequedad me la hubiera ganado yo y es que este dolor de cabeza no se me quita desde hace días… Recuerdo a mi mamá cuando me hizo el último desayuno y yo le bromeaba al acercarme a la mesa y le decía que era la anfitriona más hermosa que había conocido, y ella me amenazaba con que si me ponía groserito ya no me consentiría más. 

     Yo seguía con mi vida normal por las calles, en cambio mi madre redobló previsiones y ya tenía más que una cuarentena resguardada. Yo no había tomado las precauciones del caso; mi juventud no admitía películas reales en mi vida.

     Veo a mi mamá que entra toda angustiada al apartamento y comienza a quitarse su exagerado equipo de guerra. Entra en crisis, pues había ido a casa del vecino a dejarle en la puerta algo de comer porque tristemente había perdido a su esposa e hija hace unos días, y ahora él no se sentía muy bien de salud. Llegué a pensar como algo normal que tal vez ese viejito se moriría de desconsuelo. Abracé a mi mamá y ella se puso a llorar en mi hombro y, gimoteando, me dijo que el señor Eleazar le entregó sus sueños a Dios: había muerto esta mañana y se lo llevaron en un solo secreto. Intenté consolarla, pero fue inútil y corrió a desahogarse a su cuarto.

     Inhalo fuerte para llenar los pulmones de aire como si alguien me tapara la nariz con una tela adhesiva… De pronto, me desperté y estaba sentado, solo, en una silla de ruedas y con una manta encima, y no tengo la menor idea de cómo llegué allí, pues hace unas horas estaba sentado en el suelo; debe ser que me desmayé y me ubicaron en el fondo del patio del hospital.

     Mi tos se apresura a salir de mi boca y mis estrujados pulmones piden oxígeno a la vida. No sé qué hacer en este padecimiento pues, a pesar de ver mucha gente, todos mantenemos la inmensa distancia, ya no existen los abrazos y los besos acalorados de mi gente. 

     Esa tos seca no se me va y cada vez respiro más rápido. Espero por una cama o algo de oxígeno pero, como yo, hay miles en la misma situación… Ya no hay manos aunque quieran, ya no hay tiempo para llorar, pues la tos y la falta de oxígeno les ganan la carrera a las lágrimas. Para los positivos del virus solo existe la suerte de morir. El fatalismo llegó para todos. 

     Mi madre fue la que me trajo hace unos días al hospital y no quiso abandonarme a mi suerte; de una manera vertiginosa, enfermó y tuvieron que llevársela. En ese momento sentí un terror espantoso de perderla y, como un niño, me amarré a su cintura. Antes de irse me miró con todo su amor y, en un abrazo sin fuerzas, me dijo que le entregara mi angustia y mis miedos a Dios, y que ella rezaría por mí… Entre lágrimas, me echó la bendición y la vi alejarse. Ayer en la noche un doctor me informó que murió, y me apenó mucho saber que sus últimos minutos fueron de dolor y soledad… 

     Al igual que yo, me he quedado solo…; estoy asustado…, cada vez que toso me duelen insoportablemente el pecho, los ojos, los brazos, los pies, los dedos de las manos, y siento tanto miedo de morir solo…, pero nadie se me acerca porque soy un virus viviente.

Gracias por permitirme estar entre sus páginas.


Las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de El Diario El Nacional

jueves, 3 de septiembre de 2020

Barba


Mientras riñe con su estreñimiento en el inodoro, hojea el periódico y presta gran atención a uno de los titulares que es recurrente durante el año: «Misteriosas desapariciones ocurridas en la ciudad…».

Marcos ha pasado la tarde del domingo en una vagancia total; se despertó a las nueve de la mañana, pero dio vueltas en la cama hasta pasada las once. Se comió un sándwich como almuerzo y el resto de la tarde lo ha transitado recreándose con los programas de la tele…

Acostado en el esponjoso sofá de la sala, con un vaso de agua en la mano, atiende el resonar de la voz triste de un animal que se queja como un crío que demanda ayuda, no es la primera vez que lo escucha, tenía unas semanas desaparecida esa lamentación. Marcos sospecha que se trata de un infortunado perro, que su dueño seguramente lo abandona a diario.

Viendo un partido de fútbol, percibe la incesante cantinela del animal, hace mutis, y de un salto se aproxima a la ventana y en un respingo de héroe decide ir a rescatar al desdichado.

Marcos cruzó la calle y se introdujo en el edificio del frente a sabiendas de que de allí provienen los gritos de soledad. Comienza a remontar las escaleras y nada que lo encuentra… de pronto, aquella voz doliente se hace más cercana en el piso seis y continúa subiendo. Sudando la gota, alcanza el piso 9 y se agarra del barandal para tomar aire… Atiende el aullido informando su ubicación, levanta la cabeza y nota entreabierta la puerta del 9-A. Cauteloso, se aproxima y exclama desde la entrada: «¡¿Hay alguien en casa?!».

Ya dentro del semioscuro apartamento, hace el recorrido: Va a la cocina, a uno de los baños, a una de las habitaciones y no consigue el objetivo… Parte rumbo al último cuarto y descubre que está bajo llave. El aullido inicia y Marcos desespera, y con el hombro toma un mínimo impulso 1, 2, 3, ¡plaf!... y nada que se abre la puerta.

El aullido es más agudo y resuelve otra vez tomar impulso 1, 2, 3, ¡plaf!... y abrió la puerta… Se sorprende, pues el animal está en medio de la oscuridad amarrado a unas cadenas que suenan a prisión y el hedor es insoportablemente azufrado. El cuadrúpedo aúlla en un llanto que conduce a Marcos y satisface ver cómo lo libera…

Un hombre alto, vestido de negro, en un caminar pausado entra al apartamento 9-A, y con una enorme confianza, anuncia su llegada: «¿¡Cómo está mi bebé!?, que está en silencio».

Avanza por la casa, lleva a la cocina los víveres que compró y luego va hasta el cuarto que se encontraba bajo llave y arqueando el entrecejo expresa: «¡Señor, siempre hay un buen samaritano!». Desde el umbral de la puerta dice: «Con razón estás tan callado, Barba… ¡Alguien se condolió de tu hambre!».


miércoles, 29 de abril de 2020

Megapíxeles


   Con una congestión de gametos acelerados en una autopista a mil por hora, desconsolado regresé de la fiesta antes de la medianoche y, como un sigiloso lobo, entro a mi habitación y gruñendo me echo en la cama…, siento los retorcijones de un salvaje animal en celo. Para intentar liberar la tensión de mi aturdido cerebro, con mi mano preferida sobo con suavidad y determinación mis partes impúdicas, rememoro el instante en que bailaba en el retumbar de coloridas pantallas de plasma, ¡bum-bum-bum!, acompañado de ese lindo paraíso de carne que me cautivó. ¡Uyyy, nada de nada!, me fui en blanco, ¡qué mala onda!, solo me dejó la ropa oliendo a cigarro, a queso de pizza, a perfume infantil, a sudor de puticas y con un abusivo dolor entre las piernas. 

   Qué ganas le tenía a esa Leticia, ¡pero bueno!, fue un momento engañoso, me ha mandado cachondo para mi dulce hogar; lo que me queda es enclaustrarme en el baño de mi cuarto. ¡Oh!, ¡oh!... bueno, se me olvidaba la alternativa tecnológica: «¡Usa los recursos a tu disposición!», siempre me dice la profesora de computación. Golpeo el power y… y… y… ¡esa vaina si está lenta!, ¿será que media ciudad se está pajeando?

    En ese intervalo de espera, que me parece infinito, hago lo posible por aplacar mis necesidades; ¡el ejército quiere salir a la fuerza!, ¡esos cabezones no se pelean por regenerarse!, se empeñan en huir, ser libres, me empujan y corren aturdidos…, solo escapar de esa ebullición es su más ferviente aspiración. Les ruego una oportunidad para compensar este desastre de haberlos invitado a la gran parranda y salir con las tablas en la cabeza. Ellos insisten en emerger por su cuenta, pero les advierto que morirán millares sin llegar a disfrutar del placer de la vida y me responden los muy ingratos:
¡No nos importa un carajo!, estar aquí encerrados es una pesadilla.

  Definitivamente esta rebelión de miles es una guerra psicológica. Sofoco el cuerpo con mis pensamientos, tengo el flujo de testosterona al cien por ciento; trago saliva, me suda la frente, me pican las manos, me tiemblan las piernas, estoy a punto de un colapso, un coma pajillero y… y… ¡arranca ya coño!...  

   Ruuuiiiiruuu, ruiii, ruiii… ruiiiruuu, chu, chu, churuiiiooo…: «Al fin». Clac-clac-clac… entre sudores fríos aparecen en directo esas bronceadas curvas en high definition; las yemas de mis falanges rebotan fantaseándola ¡para mí solito! «¡Eres un egoísta!», acota ella en la distancia, pero es que posee una hechura muy hermosa: La imagino con sabor a mango, a sol caribe, a olor tropical. Clac-clac-clac… «¡No sean curiosos!», lo que le manifiesto es confidencial, exclusivamente entre ella y yo. Ese castaño cabello lo enrosco delicadamente en la punta de mis dedos, esos encarnados labios son dos espadas fileteando los míos, ¡esos ojos traviesos!, preñados de fuego, me invitan a lujuriar… A través del ojo visor, desciende… la pícara, enseña sus cocos henchidos de proteínica leche y mi incendiado mástil, junto a sus inflamadas boyas, se aprisiona contra el metálico cierre.

   Clac-clac-clac… ¡no traten de pescar lo que le escribo! No se los den de Anonymous; ya se los dije, es algo muy íntimo entre este par. El visor recorre sus firmes y dorados muslos repletos de diminutos vellos. «Mira lo que te tengo», me dice la descarada; se gira y me enseña los dos hemisferios sebosos…, su pomposo rulé de voluptuosa definición, me comería su escondido y pestilente hedor como todo un placer gastronómico. El mástil, en plena tormenta, está a punto de partirse en pedazos desde el tallo hasta el frenillo al no encontrar una salida de emergencia. Clac-clac-clac… El visor se mueve violentamente y se sitúa en sus perfectos y blancos dientes para mostrarme en la ironía de quien posee el control de la situación.

   Clac-clac-clac... Palmo a palmo el visor pasea sus prominentes caderas y llega al ombligo para detenerse y dejarme extasiado. De una manera vulgar, lubrifico con saliva las palmas de las manos, abro la cremallera, le consiento escapar al mástil que tiene las violáceas venas hinchadas como un globo y por fin logra respirar de tal ahogo. Ella desliza el visor perezosamente y muestra el más preciado tesoro de Venus envuelto en una esponjosa lana negra y, al descubrirlo, se puede distinguir jugosita, rosadita, bonita, cerradita y delicada.

   Imagino su hinchado clítoris temblar como una gelatina rosada, mientras la devoro con gozo, la torturo con los dientes y los hilos de saliva diseñan estalactitas de cavernas en esa región pubiana.  ¡Ya no resisto más!; de una manera placentera mi muñeca sacude el mástil de arriba a abajo en un torbellino de sensaciones, ¡explotó por dentro!, termino rindiéndome como todas las noches y expulso un placer espasmódico en un claro gemido: “libertad”. Exhausto, sudado, adormilado, hambriento, clac-clac-clac…, me despido de ella a través de la inalámbrica conectividad y me desconecto…



Seleccionado en la Convocatoria de la Revista Literaria Anuket 2020.
Literatura Erótica. Tomo 3. 

Las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de la Revista Anuket Tomo 3


viernes, 3 de abril de 2020

Esa eres tú

Eres lo maravilloso de mis días, esa infinitud que vocea lo inefable,
calandrias y gavilanes compartiendo el mismo nido,
y mis besos y abrazos olfateando tu silueta en las sombras.
Agradezco a la ilusión por embarcarla en la nao que navega a mi lado
para así comulgar prisión y albedrío como Dios manda.

Esa eres tú, ese milagro donde borbolla el punto de la sustancia.
Como hiena te acoso para la sempiterna fiesta en la madriguera,
el calor lleva de la mano al sudor por la senda que cala tu tez
y obligado estoy a seducir el lapso que le proveyó alas a tu centro.

Hago votos con la sangre que brota del útero de la tierra,
que lameré tus heridas y convertiré tus predios en lirios de agua.
Seré agradecido con el camino que toquen mis vulgares pies.
¡Por favor!, te imploro en una lágrima mía:
quiéreme por el resto de la vida y ama al zafio que soy.

Eres la presencia que rebosa mis campos baldíos,
lo alucinante que abarca mis deshechos mares.
No pretendo que me regales nada, lidiaré por cada poro tuyo.

Con mi sabor amargo y un tanto de miel de tus labios
te prometo que no serás un cuento que no se escriba.
Apostaré el alma en las letras que te harán veraz,
serán grafías con un amor fresco y lozano.

¡Ahora bésame!...
y cabalguemos sin tregua para deponer el tiempo atrás.
Traguemos años y hagamos eterno este baile de Eros.

En ninguna fracción renunciaré a ser tuyo en tu piel.
Si te secuestrara el fenecer, iría por tu corazón a donde sea
para que tus callados ojitos por siempre rían.

Tomaré tu frío y tu hambre, y te daré amor.




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