Amarillo
Matasiete
Todos
le clavaban la mirada; diferentes emociones se colaban por aquellas miles de
almas. Ella decidió esa mañana montarse sobre la calzada con sus viejas botas
deportivas, su jean y su franela blanca. Su hija le rogó que no actuará con la
rebeldía de una adolescente y ella, sin importarle el comentario, salió de su
apartamento bien temprano.
Llegó
a la autopista en horas de la mañana y plantó sus pies sobre el asfalto; de
allí estaba segura de que
nadie la sacaría. Llevaba una botella de agua mineral, una pañoleta amarilla,
una pequeña bandera tricolor y su cédula que la identificaba como natural residente
bajo ese esplendoroso cielo.
Ya
tenía horas en la caminata. Sus arrugas atrapaban el caudaloso sudor que caía
por la frente; sus cansadas piernas, con empuje, animaban a sus pies, entre
palmadas y gritos de la juventud, ella levantaba los pecosos brazos en un
movimiento emancipador, su fuerza de espíritu se convirtió en la motivación para
que muchos cuarentones y cansados jóvenes no se tomaran un descanso y
continuaran en la travesía.
Un
hombre, montado en una de las defensas de la autopista, la vio y le gritó con
admiración: “¡Abuela, ¿de dónde saca tanta energía?!”. Él, en secreto, pensó: debe ser mucho más joven de lo que se
muestra. Ella le respondió con vigor: “¡De mis genes que vienen de la Matasiete!”.
Era
una campaña admirable en la que miles y miles de ciudadanos avanzaban por los
ocho canales de la pista, exigiendo ser escuchados… Ya, de lejos, una neblina
se nos aproximaba y se sentía el ardor sobre los
ojos. Los cánticos de libertad habían cesado y la confusión, entre
detonaciones, gritos y llanto, llegó para pretender arrebatarnos nuestra esperanza.
Aquella
insubordinada anciana, entre la multitud,
se me había perdido de vista; estiro la mirada y observo a la distancia unos camiones gigantes que formaban una barrera para bloquear el paso y cuando iba a recular por los miedos del cuerpo me vino a la mente la valiente Matasiete, por lo que decidí avanzar con ferocidad para no concederle a mis temores arrebatarme el último reducto y así no permitir encarcelar la libertad.
se me había perdido de vista; estiro la mirada y observo a la distancia unos camiones gigantes que formaban una barrera para bloquear el paso y cuando iba a recular por los miedos del cuerpo me vino a la mente la valiente Matasiete, por lo que decidí avanzar con ferocidad para no concederle a mis temores arrebatarme el último reducto y así no permitir encarcelar la libertad.
Azul
En el sofá
Ya
el silencio está en calma por ahora, pero fue un día duro bajo el cielo azul. Varios
guerreros de luz fueron capturados por las manos de la crueldad; otros untaron
sus ropas de sangre en aras de la libertad y le llegó el turno a algunos amigos
para ir a descansar. Mañana será otro día de batalla. Sentado aquí, en el medio
de lo que parece la nada, sin techo ni paredes, con solo el viento que traen
las calles de la noche, medito sobre lo que es mi corta vida.
Llevo en esto varios días, en contra de la voluntad de mis padres que se resisten a mi insurgencia de joven. Muchos piensan que estoy aquí por dármelas de héroe o porque no tengo nada más que hacer con mi vida y me gustaría decirles a la cara que también hago esto por ellos; que, tal vez, algunos en este momento están viendo un programa de televisión, preparando su cena, o abrazando a su hija pequeña como si no la fueran a volver a ver… Bueno, disfrútela bien, señor o señora, porque si este grupo de soldados de franela es derrotado en esta lucha, la perderán como se pierde un barco a la deriva.
Llevo en esto varios días, en contra de la voluntad de mis padres que se resisten a mi insurgencia de joven. Muchos piensan que estoy aquí por dármelas de héroe o porque no tengo nada más que hacer con mi vida y me gustaría decirles a la cara que también hago esto por ellos; que, tal vez, algunos en este momento están viendo un programa de televisión, preparando su cena, o abrazando a su hija pequeña como si no la fueran a volver a ver… Bueno, disfrútela bien, señor o señora, porque si este grupo de soldados de franela es derrotado en esta lucha, la perderán como se pierde un barco a la deriva.
¿Creen
que no me preocupa mi futuro? Pues claro que sí. Deseo graduarme en la
universidad como cualquiera de mis compañeros, pero qué va importar un título si realmente me lo van a dar por no
pensar. Extraño las reuniones con mi familia, extraño la escapada a la playa
con los panas… Extraño a mi novia; extraño pasear con ella, agarrados de la
mano, por los parques. Extraño ir a las rumbas donde todos los panitas hablan un
poquito de paja.
Sentado
aquí, en este duro asfalto, arranco a extrañar el sofá de mi casa; consigo
respirar ese miedo que me abarca, pero las estrellas le piden a mi voluntad que
aguante, porque hay un mejor venir. Me tocó esto y alguien tiene que hacerse
cargo de poner las cosas en su lugar, y nosotros, los jóvenes guerreros en cada
rincón del país, decidimos afrontar con nuestra vida la libertad de 30 millones
de venezolanos.
Las
botas esta mañana se fueron bien lustradas y a esta hora de la noche se
encuentran tiradas, cagadas de cualquier inmundicia en el medio de la sala. Sentado
cómodamente en el sofá, con las piernas bien estiradas, vestido con su pantalón
verde y una franela blanca le da un sorbo a una cerveza helada, y con el
control remoto en la otra mano le sube el volumen a la televisión. Le protesta
a su esposa:
—¡Mujer, ¿dónde coño están los carajitos que
no han venido a saludar a su papá?!
—La niña está durmiendo y Mitchell jugando con
los amiguitos de la cuadra.
—¡Es que tú vives en otro planeta, que no
sabes lo que pasa…!
—No querrás que lo deje aquí, encerrado todo
el día como un prisionero de guerra.
Él
se quita las medias negras que aún lleva puestas y se las lanza, ella guarda
silencio mientras sigue amasando la harina con la que hará las arepas para la
cena.
—Hoy fue un día muy duro, mujer; hay presión
por todos lados, llego aquí, donde se supone que hay tranquilidad, y resulta
que los muchachos están en lo que les da la gana, y la cena aún sin servir.
—¿Puedes bajar el volumen a esa cosa, que no
logro escucharte…?
—¡Ahora sí me jodí!; no me basta que en las calles todo el mundo quiera darme
órdenes y no respeten este uniforme para que tú también…
—¿Qué fue qué?, mujer; es la televisión.
—Escucha, escucha…, esos son disparos…, y la
gente gritando atrás.
Ella,
muy nerviosa, deja lo que está haciendo y se asoma por la ventana, él apaga la
televisión y busca la guerrera para ponérsela, la había puesto sobre la silla
del comedor. Tocan la puerta bruscamente y Vladimir se saca la pistola del
cinto y pregunta:
—¿Quién es?
Ella,
todavía nerviosa, le ruega: —¡No abras, Vladimir!, que vienen por ti.
—Mi comandante, soy yo, Néstor…
—Señor, hay malas noticias…
—Habla, ¿Cuál es la novedad? ¡Habla, carajo!
—Señor, subimos buscando a unos jóvenes que
se hacen llamar guerreros de la libertad y creo que uno de los nuestros mato a
uno…
—¡Vamos. Vamos a ver a esa lacra!
Salieron
corriendo al sitio de los hechos y la esposa de Vladimir, en silencio sepulcral,
los siguió y sin saberlo por sus ojos rodaban lágrimas de madre.
—¡Quítale
la sábana a ese terrorista!
Cuando
lo descubren, Vladimir y su esposa quedan petrificados. Ella salta a rogarle al
destino que quien yace ahí… no es su hijo Mitchell.
Todas las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de la web
Las caricaturas e ilustración pertenecen a Rayma Suprani @raymacaricatura y Marcos Paredes @m_endemia
Hay hija. Que tino tienes para contar verdades. Eres la cronista de estas ansias de Libertad.Espero que pronto escribas de paz, alegría y reconciliación. Mil Bendiciones.
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