sábado, 31 de agosto de 2024

¡Clementine es hermosa!

Esto sucedió en Nueva Jersey
y está sucediendo en cualquier punto del planeta.
Quise caminar tan lejos para buscar algunas respuestas,
pretendí golpear a la ofuscación y cerrarle la puerta.

Yo era un hombre simple y sencillo como todos mis amigos.
Algunos decían, pero ya qué importa, pues ni siquiera existía
y yo los contradije voceándoles su hermoso nombre…,
es el nombre de un ser humano colmado de calor y respiro.

Durante esos meses le rogué a ella la no interrupción de la vida;
que las pinzas del Olimpo no eran la salida,
y, a pesar de estrujar su corazón, vendar sus ojos y tapar sus oídos…
aún la amo, y trabajo en ese perdón que a veces es esquivo.

Tengo que exculparla porque sé que vivió bajo la confusión,
pues estaba en el ring de la vida, bajo la inseguridad y las dudas;
ella tenía opciones y tomó la cita con la futura contrición.

Ella, en ese momento, como gente a mi alrededor,
deshumanizó a mi amada Clementine
porque no era suficientemente humana.

No supe del holocausto, sino horas después.
Hubiese querido que hablarán de ella y no de mi ahora luto.
Hubiese querido no imaginarla entre médicos haciendo de dioses.
Hubiese querido no verla plasmada y destazada en las redes.
Hubiese querido despedirla con el amor y el respeto humano,
pero, más aún, me hubiese gustado verla correr y jugar en un parque,
y, más aún, me hubiese gustado verla venir a mí por un abrazo.

Ya había fecha para vocear tu nombre, ya tenía fecha tu alentada de aire.
Ya había una fecha para ver tus manos, ya tenía fecha para sentir tu piel.
Ya había fecha para escuchar tu llanto, ya tenía fecha con tus sueños.
No tenían derecho de arrebatarme tu carita y el latido de tu corazón,
pero, más aún, no tenían derecho a que no vieras el color del mundo.

Por siempre, serás un ángel con el que hable desde el puro amor
porque yo aún soy su padre, huérfano y viudo de su amor.
Y mis preguntas quedarán en el aire, pues nadie se atreverá a responder:
¿Por qué mi hija no importa?, ¿por qué no fue suficiente sociedad…?
¿Por qué no tuvo la oportunidad de vivir…?
¿Por qué en vez de humana la llamas Zigoto?...


Me llaman Zigoto

Todo inició con un jugoso juego por dentro;
esa competencia que se da a diario en el planeta
de allí provengo humildemente entre millones.

Algunos creen que soy un fruto de supermercado,
una obra milagrosa o de algún error humano.
Yo era esa que anduve velozmente rodando
entre las cavernas de sangre y carne.

Había llegado ahí como una implantación,
y con voluntad pude pasar trancas y barrancas,
hice fiestas como cigoto, embrión y feto
estaba feliz de respirar mi propia vida y,
con patadas y latidos avisaba que existía
para luego llevar la bandera de gestar por la vida
y antes de tiempo vi asomar una luz que venía
pues la mano de aquel hombre; mi albor cegaría…



Thomas Kearns no quiere otra cosa que traer a su hija Clementine a casa
Tenía 20 semanas y estaba en el vientre de su madre cuando la mataron por aborto en marzo de 2024.
A los dos días de enterarse de que su bebé había muerto en un aborto.
Thomas Kearns señala que empezó a llamar al centro abortista donde afirma mataron a Clementine,
el Cherry Hill Women´s en Nueva Jersey, para preguntar cómo recuperar el cuerpo de su hija.
Sin embargo, el centro no le ha ofrecido ninguna ayuda ni a él ni a la madre de Clementine.




jueves, 25 de julio de 2024

El Calvario

Sudo como un cochino en una fundición de hierro; goteo rumbo al matadero con una etiqueta impresa para que el público me identifique: “Hecho el 22 de abril de 2014”.

    Un grupo de música entona canciones religiosas y asomo la cabeza a la pequeña ventana para recrearme con uno de los pocos momentos que me animan, al ver la interacción humana. En un acto consciente y deliberado, espío a las chicas que andan de la mano con sus parejas; abuelas trayéndoles dulces de ilusión a sus nietos y madres junto a sus hijos y amigos, almorzando debajo del gigante árbol de oliva. Es como un compartir en el que todos traen su cargamento de comida recien elaborada, con ese condimento y único que es el amor... Y, en un parpadear, el paisaje es desolador; por un instante fijo la atención en un punto de un grafiti de una de las cementadas paredes del fondo: "Cristo vive y viene pronto a buscar la iglesia".

Desde esta ventana del vecindario, pasan incontables cosas que uno descubre hasta lo que no se quiere dejar ver. Asomado en ese hueco de 40 por 40 centímetros comienzo a disfrutar del fin de semana. Por la puerta trasera advierto entrar prostitutas al recinto… Creen que nadie se percata de ese agujero de lujo que tienen los jerarcas mafiosos de la zona. A través de la abertura, distingo a la distancia las cercas con alambres de púas oxidadas, en las que cuelgan cualquier cosa. Desde aquí, el monte se nota ajado y triste por la perenne miseria a su alrededor, tanto es que las aves negras se posan a varias calles, y muy alto, en los cables de electricidad huyendo de la desdicha, los edificios ya habitan desconchados y observo gente privilegiada haciendo vida empresarial o de familia allá arriba en las azoteas.

Jamás imaginé experimentar estas duras condiciones, no obstante saber que Suramérica es una caja de sorpresas; pero, sin darme cuenta, me encontré enredado y terminé en esta inexplicable situación. Mis pesadillas son revoltosas en estos días, van y vienen, se entrecortan y se mezclan asumiendo voluntad propia…, disfrutan tanto del poder que hasta aun despierto me cuesta soñar bonito con lo más que amo: mi familia.

Estoy trabajando porque para sobrevivir hay que laburar. Ya estoy en mi humilde oficina, decorada con mis libritos y mis cuadros de pintura a medio terminar. Coloco los papeles sobre el disonante e inestable escritorio como si fuese el director de la institución. Tengo suerte de tener una destruida silla adherida al carcomido piso. Me cobijan las paredes atestadas de troneras. A mi espalda, ventila la única y pequeña ventana sin batientes que está más alta de lo normal, pero alberga seguridad con sus varillas verticales; miro al frente de la entrada esperando que la primera persona descorra la colorida cortina de plástico que actúa de puerta, para ofrecer privacidad a los clientes y a mi estatus de abogado.

Me ajusto los desgastados anteojos y, con un atuendo que hiede a miedo, se presenta ante mí un estudiante con apenas 17 años al que le pretenden deconstruir su condición natural de irreverente y rebelde, y le aseguro que no se preocupe, que cuando se percaten de su edad su problema estará solucionado… Y con su voz, de sacudidas breves y continuas, me deja boquiabierto al señalar que ha acudido hoy a mi despacho para implorar ayuda porque está en un limbo judicial desde hace un año.

Voy caso por caso e intento dedicarle a cada uno su necesario tiempo, pero son un sinnúmero. Me acaricio la exigua barba y relamo los bigotes mientras, abstraído, echo un vistazo a través de la ventana que acoge al inclemente sol que duerme sobre sus rendijas.

Sonrío en el sigilo, porque luego, durante años de profesarme ser un hombre de mundo, heme aquí, instalado en el sur de lo más recóndito del Caribe, donde el infame calor funde en temperaturas extremas mi muy ya cargado pensar.

Mientras reflexiono, intento tomar agua y me regodeo en un pocillo sucio y desdentado con un maloliente y turbio líquido en el fondo…, pero, “para adentro, que eso es lo que hay”. Procuro asimilar el caso judicial de este periodista que hace un minuto acabo de atender; que su delito es haber escrito un artículo en un diario de circulación nacional acerca de una problemática de unos alimentos putrefactos en el país, y haber enfrentado eso a una realidad consciente y cotidiana de la calle.

Voy causa tras causa y siento que no logro avanzar, pero mi consuelo es que al menos ejerzo lo que amo y para lo que nací…, poner en alta voz la ley… y cada vez que el carnicero feroz se aproxima a mi puerta, vuelco la mirada sobre el polvoriento e improvisado escritorio porque allí reposan un montón de documentos de los cuales depende un gentío aquí, en el infierno de San Francisco.

Ya pasa el mediodía, y por las rendijas verticales entra el impetuoso rayo de sol e imagino cómo derrite a la multitud que se encuentra allá afuera bañándose en su propio barro y en su propia orina para mantenerse frescos. El azaroso ruido de la fila de muchachos que esperan asistencia legal me invita a tocar tierra al menos por hoy; ya estoy finalizando mi labor.

… Mientras continúo con la atención al público, resoplo como un ventilador; estaba transpirando como aquel que regresa de una profunda y desalmada pesadilla, pero tenía los ojos y los oídos bien abiertos presentados a la desvirtuada realidad. Gracias a mi buena estatura puedo gozar el asomarme sin esfuerzo por la pequeña ventana esperando a que alguien venga y traiga la desafortunada información de que todo salió mal, y que a mi esposa y a mis dos hijos los retuvieron…

Ya permanecen tres jóvenes en la fila y les indico con señas en mi mano que me den un minuto y, de nuevo, con mi ritmo cardíaco acelerado, me arrimo a la ventana, que cada vez la noto más alta, y apenas alcanzo a visualizar a la distancia la cancha de básquet y, como es costumbre, allí se encuentra un grupo de mortales como en un world gym haciendo ejercicios a manera de escarmiento bajo el inclemente sol. Se escucha el golpeteo de sus roídos zapatos contra el tartán, voces de consignas a la testosterona para darse ánimo… “Somos hombres nuevos”.

Pido que pase el siguiente cliente y, al aproximarse, lo observo transpirando gran cantidad de líquido y, para mi sorpresa, es una reunión entre colegas, pues el señor, de unos 46 años, muy flaco y circunspecto con sus anteojos, también es abogado y, sin desaprovechar mi tiempo, me relata: “Nunca podré borrar de la memoria esa madrugada del 22 de abril… Mi vida cambió al amanecer después de que Ignacio, el vecino que vivía a media cuadra, me llamó muy alterado, por celular, para que lo ayudará a él y a un grupo de estudiantes que peligrosamente pretendía detener la policía en un vergonzoso procedimiento judicial, sin argumentos válidos de ley. Y acudí sin pensar, pues, como jurista y representante de una ONG de derechos humanos, sentía que era mi obligación… Ese sentimiento y deber me ha costado cerca de cuatro años de una pesadilla judicial, de libertad, de salud y de tener a la familia en un estado de separación”.

Luego de aspirar el privilegio de un pensamiento libre y solitario; y dejar que los hilos de sol apalearan mi frente, vuelvo al precario escritorio sostenido por unos ladrillos a los lados y una hoja de zinc que funge de tablón. Llega un joven alterado y no sé por qué razón me amenaza, pero yo ni soy cinta negra ni persona de combate cuerpo a cuerpo; lo mío es la mente, moverme en el ring de las ideas y la ley. Gracias a Dios, los presentes que aún estaban allí lo enfrentaron y le enseñaron los dientes; que, si algo le ocurría al doctor, él era hombre muerto. Se calmó y se retiró convencido del poder de las palabras de aquellos tres habituales parroquianos.

Hoy es un nuevo día para comenzar a trabajar, pero no voy a negar que pasé una noche turbulenta porque no es nada agradable que te amenacen en el infierno. Presto atención a mi austera oficina y ya tengo algunos clientes esperando detrás de esa cortina de plástico que funciona como puerta para la privacidad. Algunos vienen a que les redacte un documento; unos, con asesorías legales, y otros, que simplemente pretenden que les resuelva el futuro con una respuesta mágica… De pronto, al marcar el reloj las 8:00 am en punto, se movió sigilosamente la cortina y me levanté a recibir al primer cliente… y, al sonar el descorrer, en un grito y confusión, mis ojos se desorbitan al identificar al amenazador hombre de ayer, que se me abalanza con un enorme cuchillo…

840 kilómetros

Entre capas de sudor y alaridos, despierto aterrado y salgo disparado del mueble revisándome por todos lados para cerciorarme de que ese muchacho no me había apuñalado… Arrodillado, lloro con los sentimientos más negativos de esa angustiosa pesadilla que no permite que alguien me consuele; en consecuencia, mi familia vive fuera de mi dimensión y a la que intentan, sin razón, apartar de mi realidad.

Sentado en la sala procuro lidiar con la situación; me regodeo con mis cositas que son las de mi familia. Me como las uñas al pensar en mis pobres niños; cómo los llevo pasando trabajo durante años, a costa de haber ayudado a otros… Y no me arrepiento, aunque el precio ha sido muy alto, pero algún día mis hijos entenderán.

Me cuesta dormir en la habitación donde hay una cama cómoda, limpia y solitaria. Me levanto del mueble y voy hacia la ventana; si, es una ventana normal para un ser humano, donde descorro la cortina de tela que mi venerada esposa diseñó con sus preciadas y suaves manos… En una calma Divina, percibo el cielo de la noche caraqueña que en estos tiempos es extraño en la zona de Chacao.

Mi familia tiene una semana de haberse ido muy lejos, a salvo de que la persiga la injusticia. Termino de afeitarme la escasa barba y el bigote y, realizando un esfuerzo, corto gran parte del canoso cabello y ahora guardo los anteojos que no harán el viaje. Me voy al mueble con una taza de café recolado como cuatro veces porque la escasez es parte del momento histórico en el que vivimos. Esta es la hora crucial para no desperdiciar la oportunidad de que el que llega tarde de laburar ya ha llegado, o el que se levanta temprano aún tiene las sábanas pegadas.

No es como uno lo ve en las películas de Netflix; las medidas de fuerza que puede aplicar un gobierno no suceden en la realidad como lo venden o como uno luego lo fantasea. A pesar del desaliento que a veces pueda vivir, tengo la convicción de que todo va a salir bien, no hay improvisación, esto fue planificado hace más de seis meses, no hay información suelta de los detalles de por dónde cruzaré ni a qué hora, ni en qué vehículo. Recuerdo cuando jugamos a descubrir los puntos ciegos de las cámaras de Chacao… La documentación correcta y algo importante de que los guardaespaldas, gracias a Dios o a la economía, fueron retirados. Estoy que entro en crisis, avanza la noche, pero tengo varios meses sin dormir fuera de una pesadilla y hoy, que necesito estar despabilado…, me voy desmayando en el sueño.

…En un bostezo, escucho el golpeteo a la puerta de mi apartamento; me levanto veloz especulando que se hizo tarde al quedarme dormido, abro y el hombre X me saluda; emocionado, lo abrazo deseándome suerte a mí mismo, él se ríe, tal vez, por mi nuevo aspecto, y afirma que todo va a salir bien, que no desespere, puesto que cada paso está calculado.

Con una gorra vinotinto y una pequeña maleta, nos montamos en la camioneta roja y prometo no voltear hacia atrás hasta cumplir el objetivo, y partimos de cero kilómetros esa madrugada para dejar el municipio de Chacao. Le confieso que siento culpa de haberles dejado bien aceitadas las bisagras de la reja del edificio a los vecinos; por consiguiente, si entra un maleante, que es muy probable, ni cuenta van a darse… y el hombre X tiene intacto su salero caribeño y se carcajea.

Soy un representante de la ley, me siento orgulloso de serlo y poner mis conocimientos al servicio del que los necesita. Tener un abogado en la familia es un sentimiento de satisfacción para mis padres… Kilómetro 55: venimos contando anécdotas de los jugadores de Boca… y, de pronto, como es usual en lo ancho y largo del país, una garita de los cuerpos de seguridad del Estado está mandando a la gente a bajar de los vehículos y, con toda la inocencia que me rodea, sudo, tiemblo, y me veo torturado y alejado para siempre de mi familia.

Unos cuantos kilómetros más adelante, el muy jocoso y desgraciado hombre X me indica: “Mejor nos paramos a comer algo y tomar café, y así aprovechas para ir al baño a limpiarte la cagada que te echaste, jajaja…”. Ya en el restaurante de carretera, mientras mastico algo, percibo a unos señores jugando ajedrez y descarrío los cercanos recuerdos con los compañeros de juerga…

…De vez en cuando, al terminar de laburar me distraía con ese juego de mesa con mi compañero que estudiaba Comunicación Social; jugadas tácticas que me hacían parecer un intelectual, cosa que no costaba mucho por mi apariencia física.

Cada movimiento era de alto riesgo; en consecuencia, el que perdía tardaría en volver a jugar, ya que solo había un tablero de ajedrez y, bueno, cada uno tenía sus partidarios… Ese futuro periodista era duro de roer, lo apoyaba Franchesco, el arquitecto; Julio, el politólogo; Danilo, el jugador de béisbol universitario…, y yo tenía lo mío y a los míos… Robert, el piloto de una aerolínea; José, el de la cantina del colegio; Marcos, un líder sindical. Eso era susurros y susurros como lo amerita esta silenciosa competencia…, aunque no faltaba el escandaloso oriental o el descompuesto del maracucho.

Ya íbamos en cuenta regresiva y, en un absurdo, el progreso de las horas se hacía lento, a pesar de que mi acompañante se inventaba las mil maneras de que yo viajara cómodo y mentalmente tranquilo; la mejor música, un café de termo, una barra de chocolate, una amena charla…; aprecié su esfuerzo, que era en vano, porque mi mente andaba por los senderos de la locura.

Kilómetros atrás pasé cerca de la casa de mi suegro, y me sentí tentado a forzar una parada y explicarle que todo estaba bien, pero ganó la precaución: lo mejor era seguir de largo porque la vida a veces te enseña que un sacrificio vale la pena, para más adelante compartir la recompensa.

Este fin de semana los muchachos me van a extrañar en el campo, pues me toca dictar la clase de futbol. Una de las cosas que intentaba inculcar en el grupo antes de cada entrenamiento era que hay leyes y reglas en el juego de la vida, y que hay que practicarlas y nunca abandonarlas en el silencio cuando seamos testigos de una injusticia en el terreno de juego. Así que debemos aprender a defender nuestros derechos con el árbitro porque si no perderemos la dignidad y nunca ese valor natural debe ser negociado, aunque nos cueste una derrota que no significa que sea el fin del campeonato.

Este viaje me abstrae a esos ya lejanos diez meses que residí en lo más profundo de la perturbación angustiosa de un riesgo real; no es que en estos años haya escapado definitivamente de las calles donde te persigue el verdugo, pero se abrió una rendija a la esperanza y, la estoy aprovechando, y en un suspiro de optimismo me viene a la mente mi amiga, la capitana Laided Salazar, deseándole que esté bien donde se encuentre.

Lo que aconteció en esa comunidad fue una casualidad; alguien pasó y, en los azares de la vida, me preguntó algo sobre un tema jurídico. Se corrió la voz de mis opciones al problema presentado y al otro día vinieron dos sujetos a consultarme ya que necesitaban un escrito para los tribunales; y al siguiente día vinieron otros más y hasta que por fin, de una manera natural, surgió la idea de convertirme en asesor legal.

La colectividad comprendía la situación por la que estaba pasando injustamente, pero por suerte llegué a esa oficina (lo de suerte es entre comillas); luego, para poder pagar esa oficina y mis cuentas a los acreedores, que nunca les debí nada, debí trabajar ahí, pero así es la vida, una circunstancia que trajo deudas quitándome la facultad de obrar a voluntad, pero al menos podía respirar.

Este es un viaje largo por las destruidas autopistas de Venezuela; la nostalgia me invade, pues mis muchachitos aparecen en mi mente como una centella, remembranzas de los viajes con mis hijos, salir a pasear con ellos, meternos en una plaza a patear una pelota; el hecho de que me pasaran el balón y devolvérselos colmaba mi mundo. Al pasar por cada ciudad traigo en una postal los sitios que había conocido junto a mi familia, e intentaba recoger las lágrimas porque no podía creer que lo que estaba sucediendo ¿era innegable y era real?, me preguntaba, y luego salía de esa ciudad para esperar la próxima.

Más de 400 kilómetros y la poca comida que he probado en los lugares del camino, han hecho olvidar por un momento los alimentos descompuestos e inundados de gusanos con los que tuve que alimentarme que, a veces, se los daba a los gatos y hasta ellos los rechazaban. La comida de carretera me ha sabido a la gloria de Dios; cómo extrañaba la sazón de mi gente, mirarlos a la cara y, a pesar de sus inseparables desdichas, cautivar en sus pupilas ese brillo de que hay un mañana más bonito.

Mi entendimiento solo especula y tengo desconfianza de dormir, pues vienen por mí los turbulentos sueños que ocupan la ley vestida de espanto. El vecino del barrio buscándome en la madrugada para solicitar mis buenos oficios; un montón de policías malencarados allanando el lugar; estudiantes entre el gimoteo implorando auxilio… En un pestañear, el carnicero me coloca las esposas y, como ciudadano, protesté y, siendo sabedor de la ley, no pude impartir la lección que tiene un individuo de pensamiento libre… Con un brusco empujón del hombre X desperté envuelto en capas del sudor.

Paramos para estirar las piernas y, luego de estar un buen rato en un establecimiento de esos donde cenan y toman café los viajeros más audaces del país, “los camioneros”, decidimos proseguir el largo viaje y cuando estamos a punto de montarnos en el vehículo nos llama, a repetidos gritos, un hombre grande y barrigón… El arroz, las tajadas, las caraotas, la carne mechada y el café con leche casi regurgitan de mi boca, y el intimidante sujeto se nos acerca para devolvernos la gorra color vinotinto que se nos había olvidado en la mesa del lugar.

Recostado en el asiento del aprensivo copiloto, el cerebro relata cómo había planificado durante meses y en secreto este día, ya que solo se necesitaba un pelo de sospecha de una malvada cara desconocida para que todo saliera mal. Ya van más de 600 kilómetros; ellos no me dejaron opción, y lo repetiría 1.426 veces si fuese necesario, no podía perecer entre paredes e imaginarme cómo mis retoños penan por hambre y amor. Rezo por mis amigos y les agradezco por su colaboración, y también rezo hasta por aquellos que, sin saberlo, cooperaron.

Me hago la ilusión con Buenos Aires y que en menos de 5 días esté desayunando facturas con dulce de leche. Será una lejanía de más de 7.300 kilómetros… ¿Estará aún ahí esa Argentina que abandoné?, o ¿estará mejor? Ahora intento cruzar el país para distanciar, lo más que pueda, lo que me persigue sin tregua ni reposo, aunque eso signifique renunciar a los que amo. Con un nudo en la garganta pienso en mis ancianos padres, pero lo mejor es que por ahora no sepan de mí.

Donde yo viví diez meses tuve suerte de tener un empleo atribulado; una clase extraña de laburo en el que ejercía de dizque abogado. Allí, en esa institución había normas y reglas donde todos los días el espanto te consumía un pedazo de carne. Solo por cerrar los ojos y dormir debías pagar; alguien decretaba si era tu último día o qué castigo ibas a recibir dependiendo del juicio interno. Llega el momento cuando uno mismo no se reconoce y tiene que ingeniar algo para no olvidarse de sí.

Me quedé dormido… y, de repente, en un episodio de terror aparece el muchacho aquel con el monstruoso cuchillo abalanzándoseme y, en el pánico nocturno, despierto con alaridos y movimientos bruscos. Junto las manos y le ruego a Dios la salvación ante los sanguinarios hombres.

El hombre X continúa conversando y me pone en alerta sobre lo cerca que estamos del punto de la victoria, ya van 800 kilómetros. La ansiedad ataca porque al fin voy a poder correr hasta la frontera; próximos a las13 horas hasta San Antonio, que hace muchas horas desde mi domicilio parecía una fantasía tan lejana, pero voy a escapar a través de esa línea invisible en la que no hay un limbo de juicio, ni sentencia. Allí cobraré los casi 4 años, los 1.426 días, las 40 postergaciones… donde le voy a agradecer varias veces al suicidio de no aceptarme en su historia. Todavía no voy a voltear hacia atrás, hasta que alcance esa franja mágica en la que danza la libertad y rompe mis cadenas.

Adiós al carnicero

Ya se cumplieron más de 840 kilómetros de travesía. Se me escapa el alma al contemplar el Puente Internacional Simón Bolívar, en Táchira, ese lugar por el que millones de buenas personas, con una maleta de ilusiones, han cruzado hacia el país vecino. Ya se consigue notar la aglomeración de gente y debo abandonar el vehículo para seguir a pie yo solo. Las piernas no me quieren obedecer, el tiempo se detiene, el estómago me cruje, y con la ayuda del hombre X logro lentamente avanzar con mi pequeño equipaje y la mirada penetrante hacia la frontera de Colombia.

En tanto camino para alejar el pánico porque alguien me reconozca, no obstante mi considerable cambio físico, sin lentes, sin barba, sin bigotes y faltándole 35 kilos a mi cuerpo…, dejo que la imaginación se regodee entre los pensamientos… Voy a crear un testimonio real con la credencial de la verdad, voy a ser mi propio juez y fiscal, la autoridad que me dé la liberación, voy a empoderar a mis pies a desconocer al régimen carnicero que intentó arrebatarme por siempre el respirar.

En ese cruce de la vida, en una distracción mental, escucho a la distancia al hombre X rezando por mí; todo va en cámara lenta y cada segundo es intenso. Siento que floto mientras los demás caminan muy pesados. Me parece imposible que vaya a lograrlo, debo controlarme… Ya queda a mi vista un solo militar venezolano para poder cruzar.

Por mi cabeza pasa cualquier locura de una película rodada en Hollywood; restan 10 metros para dejar de ser aleatorio y el guardia gira la mirada inquisidora hacia mí y transpiro, pero sus ojos de oscuridad se ocupan de hablar con su compañero y me percato de que yo era un fantasma. Cuando veo que cambian los carteles, los colores de las indicaciones, le pregunto con voz entrecortada a una señora que está a mi lado que, si estamos en Colombia y confirma que sí, trago saliva y la abrazo llorando.

El funcionario de migración me pide los documentos y expresa: "Bienvenido a Colombia". No consigo creerlo, ya no soy un fugitivo domiciliario, es una sacudida que no tiene igual. Hago una pausa de miedo, pero detallo un cartel: “Policía de Colombia”, ahora si volteo a mirar con ojos de amor a Venezuela y le prometo que donde me encuentre seguiré alzando la voz por su libertad.

Ahora, sintiéndome seguro y librado del carnicero, doy la vuelta acompañada de un largo suspiro, me quito la gorra que me ha acompañado durante el viaje y huelo dentro de ella ese sudor del miedo que logre conquistar y, con las piernas tembleques, avanzo. Con un nudo en la garganta y el pecho galopando, pude avistar a mi familia que me esperaba, y reconocí a mi esposa y a mi hijo mayor cargando al hombro su única mochila de herencia, mientras mi nene más pequeño juega inocentemente con sus peluches.

 


Marcelo Crovato, abogado y escritor, 

recluido durante 10 meses en la cárcel común de Yare III,
luego fue sentenciado a casa por cárcel en el municipio Chacao en Caracas

Detenido el 22 de abril de 2014, mientras prestaba servicios como abogado en un domicilio de la capital venezolana. 
Se dio a la fuga por la frontera de Colombia el 17 de marzo de 2018
Premio Andrei Sajarov 2017  y Bassil Dacosta 2016
Hoy en día reside junto a su familia en Argentina

"Nunca olvidemos, siempre recordemos que tan fácil es perder la libertad"
Marcelo Crovato



Ficción Histórica
Las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de la web


lunes, 13 de febrero de 2023

Insuflando Aliento

 

          Esa sedosa pañoleta de ir a misa, el sobrio vestido negro, el Cristo colgando en el pecho, el reloj en su muñeca, punteando las suspendidas doce, y los refulgentes zapatos de tacón… le surten la prestancia que ameritan los tiempos.

          Apoltronado en el deshilachado sofá, naufrago con la vista en el techo en el que un verdoso moho trabaja sin cesar. Tomo la humeante taza de tilo puesta en la mesita a mi derecha, le doy un sorbo y mientras relamo los bordes… la miro inmóvil, pero cautivada frente a mí. ¡De repente!, ondas vienen y van. No puedo renunciar a sentir ese coraje en la memoria, en la que facturo los largos momentos que me prohibiste vivir.

          Desde el propio inicio de mi escuela, ¡se gestaba!, ladrillo a ladrillo y sin yo comprenderlo, una prisión eterna. Antes de eso era feliz con mis compañeros de grado, hasta que unos meses después de mi contento diario, resolviste retirarme del colegio y proporcionarme tú misma mis convenientes clases particulares, y me excluiste del mundo y de la realidad. Comencé a alimentarme de la ficción. Yo existía en un entorno fantasmal: sin amigos, ¡ni rostros!, sin vecinos, ¡ni saludos!, sin otro descendiente, ¡ni otra familia!, que no fueses tú.

          Una noche, entre los resplandores de una tormenta, desvelado, me levanté de la cama y observé que al terminar de sonar los campanillazos, apresurada, le dabas vuelta a las manecillas del anticuado y gigantesco reloj ubicado en un rincón de la sala… No le presté demasiada atención y, en un medroso sigilo, me fui a dormir. Transcurrieron unos días y me volcó la intriga de aquella escena.

          Semanas después, abrigado en la curiosidad, volví a la misma hora a vigilarte y, luego del repiqueteo de las doce campanadas, en un ritual repetías la puntual maniobra frente al reloj y así regresaba cada medianoche a espiarte.

          Aquella noche, luego de que abandonaste la sala, vencí el miedo de ser sorprendido y me aproximé al tic tac para constatar, como siempre, que habías retrocedido las agujas. Entonces, como un juego infantil, las adelanté una vez más a su hora original y así lo estuve haciendo por días… para notar muy extrañado que de tu cabeza florecían canas. A las semanas me sorprendí de que mis botines no me calzaran. A los meses tu lozano rostro reflejaba cansancio entre pronunciadas arrugas que no conocía… y lánguidamente te fuiste durmiendo.

          ¡Ton! Ignoraba el secreto de tu promesa ¡Ton! Bueno, amada madre ¡Ton! Me acabaré mi bebida ¡Ton! y al terminar de sonar ¡Ton! los doce campaneos ¡Ton! iré a retrasar el reloj ¡Ton! y te pondré tu dosis de… ¡Ton, ton, ton…!

Número Especial 2021

miércoles, 24 de febrero de 2021

Bajo las farolas

 

   Echo un vistazo al inmenso reloj que tengo detrás y el cuello me suena ¡crack!; me atraganto con la punta de las agujas, pues ellas, de pausa en pausa, se acercan a las ocho de la noche y apuro el último bocado porque en la cena mi padre capitanea sus críticas contra mí. En ocasiones tiene razón: ¡Que si los coloridos cintillos que uso en la cabeza!, ¡que si uso los pantalones muy ajustados!, ¡la franela muy corta!, ¡los tacones muy altos!, ¡que deje de comerme las uñas! Y por último en su cierre magistral: ¡qué es una verdadera grosería mi maquillaje de hoy!

   Al fin termino la comida y me limpio la boca con la servilleta, como lo manda el protocolo, pido permiso para retirarme y lo hago despacio para no exhibir la ansiedad, pero al salir del comedor pego una veloz carrera hasta el ventanal de la sala. Abro las verdes y carcomidas ventanas de madera y me asomo al hueco de luz, para sentarme, muy coqueta en la cornisa frente a la calle.

   Intento obviar todas esas censuras e incomprensión de mi viejo y permito que entre el fresco viento por las ranuras de mi escote. En la angustia, comienzo a mordisquearme las uñas y súbitamente retumba el sonido mágico de mis días: ¡Tin-tin-tin-tin-tin-tin-tin-tin!, y aparece Andrés doblando por la esquina acompañado de las farolas; con pasos firmes se aproxima para pasar delante de mi fachada y cuando me dispongo a hablarle… se me traba la lengua y enmudezco, entonces el guapo de Andrés, sigue de largo sin advertir siquiera mi presencia.

   Suspiro y al menos me alegra el alma el haberlo visto como todos los días…; seguramente mañana sí tendré el valor de conversarle y sin anunciar su presencia mi comprensivo padre aparece para llamarme: «¡Anda a dormir, Javier!, que mañana hay que madrugar».


martes, 15 de diciembre de 2020

La Corona del 2020


     Entre una fiebre y una tos que desgarra mi garganta, paso las horas. En pantalones cortos, medias y cholas me encontraba sentado en el suelo, pues sillas vacías ya no quedaban en el exterior de este lugar donde, no obstante mi pesadumbre, los árboles eran más verdes y los pájaros trinaban con más fuerza que nunca.

     A través de un megáfono nos informan que allá adentro ya está copado y no sale ni entra nadie de aquel recinto…; lo que hago es darle vueltas a la cabeza y preguntarme cómo nos pasó esto, en qué momento llegué yo hasta aquí si hace un mes vivía feliz con mi madre, soñaba con una novia, tenía buenos vecinos y la universidad comenzaba a brillar para el futuro. 

     Respiro cortico…; tengo un llorar acumulado como si la lotería de la sequedad me la hubiera ganado yo y es que este dolor de cabeza no se me quita desde hace días… Recuerdo a mi mamá cuando me hizo el último desayuno y yo le bromeaba al acercarme a la mesa y le decía que era la anfitriona más hermosa que había conocido, y ella me amenazaba con que si me ponía groserito ya no me consentiría más. 

     Yo seguía con mi vida normal por las calles, en cambio mi madre redobló previsiones y ya tenía más que una cuarentena resguardada. Yo no había tomado las precauciones del caso; mi juventud no admitía películas reales en mi vida.

     Veo a mi mamá que entra toda angustiada al apartamento y comienza a quitarse su exagerado equipo de guerra. Entra en crisis, pues había ido a casa del vecino a dejarle en la puerta algo de comer porque tristemente había perdido a su esposa e hija hace unos días, y ahora él no se sentía muy bien de salud. Llegué a pensar como algo normal que tal vez ese viejito se moriría de desconsuelo. Abracé a mi mamá y ella se puso a llorar en mi hombro y, gimoteando, me dijo que el señor Eleazar le entregó sus sueños a Dios: había muerto esta mañana y se lo llevaron en un solo secreto. Intenté consolarla, pero fue inútil y corrió a desahogarse a su cuarto.

     Inhalo fuerte para llenar los pulmones de aire como si alguien me tapara la nariz con una tela adhesiva… De pronto, me desperté y estaba sentado, solo, en una silla de ruedas y con una manta encima, y no tengo la menor idea de cómo llegué allí, pues hace unas horas estaba sentado en el suelo; debe ser que me desmayé y me ubicaron en el fondo del patio del hospital.

     Mi tos se apresura a salir de mi boca y mis estrujados pulmones piden oxígeno a la vida. No sé qué hacer en este padecimiento pues, a pesar de ver mucha gente, todos mantenemos la inmensa distancia, ya no existen los abrazos y los besos acalorados de mi gente. 

     Esa tos seca no se me va y cada vez respiro más rápido. Espero por una cama o algo de oxígeno pero, como yo, hay miles en la misma situación… Ya no hay manos aunque quieran, ya no hay tiempo para llorar, pues la tos y la falta de oxígeno les ganan la carrera a las lágrimas. Para los positivos del virus solo existe la suerte de morir. El fatalismo llegó para todos. 

     Mi madre fue la que me trajo hace unos días al hospital y no quiso abandonarme a mi suerte; de una manera vertiginosa, enfermó y tuvieron que llevársela. En ese momento sentí un terror espantoso de perderla y, como un niño, me amarré a su cintura. Antes de irse me miró con todo su amor y, en un abrazo sin fuerzas, me dijo que le entregara mi angustia y mis miedos a Dios, y que ella rezaría por mí… Entre lágrimas, me echó la bendición y la vi alejarse. Ayer en la noche un doctor me informó que murió, y me apenó mucho saber que sus últimos minutos fueron de dolor y soledad… 

     Al igual que yo, me he quedado solo…; estoy asustado…, cada vez que toso me duelen insoportablemente el pecho, los ojos, los brazos, los pies, los dedos de las manos, y siento tanto miedo de morir solo…, pero nadie se me acerca porque soy un virus viviente.

Gracias por permitirme estar entre sus páginas.


Las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de El Diario El Nacional

jueves, 3 de septiembre de 2020

Barba


Mientras riñe con su estreñimiento en el inodoro, hojea el periódico y presta gran atención a uno de los titulares que es recurrente durante el año: «Misteriosas desapariciones ocurridas en la ciudad…».

Marcos ha pasado la tarde del domingo en una vagancia total; se despertó a las nueve de la mañana, pero dio vueltas en la cama hasta pasada las once. Se comió un sándwich como almuerzo y el resto de la tarde lo ha transitado recreándose con los programas de la tele…

Acostado en el esponjoso sofá de la sala, con un vaso de agua en la mano, atiende el resonar de la voz triste de un animal que se queja como un crío que demanda ayuda, no es la primera vez que lo escucha, tenía unas semanas desaparecida esa lamentación. Marcos sospecha que se trata de un infortunado perro, que su dueño seguramente lo abandona a diario.

Viendo un partido de fútbol, percibe la incesante cantinela del animal, hace mutis, y de un salto se aproxima a la ventana y en un respingo de héroe decide ir a rescatar al desdichado.

Marcos cruzó la calle y se introdujo en el edificio del frente a sabiendas de que de allí provienen los gritos de soledad. Comienza a remontar las escaleras y nada que lo encuentra… de pronto, aquella voz doliente se hace más cercana en el piso seis y continúa subiendo. Sudando la gota, alcanza el piso 9 y se agarra del barandal para tomar aire… Atiende el aullido informando su ubicación, levanta la cabeza y nota entreabierta la puerta del 9-A. Cauteloso, se aproxima y exclama desde la entrada: «¡¿Hay alguien en casa?!».

Ya dentro del semioscuro apartamento, hace el recorrido: Va a la cocina, a uno de los baños, a una de las habitaciones y no consigue el objetivo… Parte rumbo al último cuarto y descubre que está bajo llave. El aullido inicia y Marcos desespera, y con el hombro toma un mínimo impulso 1, 2, 3, ¡plaf!... y nada que se abre la puerta.

El aullido es más agudo y resuelve otra vez tomar impulso 1, 2, 3, ¡plaf!... y abrió la puerta… Se sorprende, pues el animal está en medio de la oscuridad amarrado a unas cadenas que suenan a prisión y el hedor es insoportablemente azufrado. El cuadrúpedo aúlla en un llanto que conduce a Marcos y satisface ver cómo lo libera…

Un hombre alto, vestido de negro, en un caminar pausado entra al apartamento 9-A, y con una enorme confianza, anuncia su llegada: «¿¡Cómo está mi bebé!?, que está en silencio».

Avanza por la casa, lleva a la cocina los víveres que compró y luego va hasta el cuarto que se encontraba bajo llave y arqueando el entrecejo expresa: «¡Señor, siempre hay un buen samaritano!». Desde el umbral de la puerta dice: «Con razón estás tan callado, Barba… ¡Alguien se condolió de tu hambre!».


miércoles, 29 de abril de 2020

Megapíxeles


   Con una congestión de gametos acelerados en una autopista a mil por hora, desconsolado regresé de la fiesta antes de la medianoche y, como un sigiloso lobo, entro a mi habitación y gruñendo me echo en la cama…, siento los retorcijones de un salvaje animal en celo. Para intentar liberar la tensión de mi aturdido cerebro, con mi mano preferida sobo con suavidad y determinación mis partes impúdicas, rememoro el instante en que bailaba en el retumbar de coloridas pantallas de plasma, ¡bum-bum-bum!, acompañado de ese lindo paraíso de carne que me cautivó. ¡Uyyy, nada de nada!, me fui en blanco, ¡qué mala onda!, solo me dejó la ropa oliendo a cigarro, a queso de pizza, a perfume infantil, a sudor de puticas y con un abusivo dolor entre las piernas. 

   Qué ganas le tenía a esa Leticia, ¡pero bueno!, fue un momento engañoso, me ha mandado cachondo para mi dulce hogar; lo que me queda es enclaustrarme en el baño de mi cuarto. ¡Oh!, ¡oh!... bueno, se me olvidaba la alternativa tecnológica: «¡Usa los recursos a tu disposición!», siempre me dice la profesora de computación. Golpeo el power y… y… y… ¡esa vaina si está lenta!, ¿será que media ciudad se está pajeando?

    En ese intervalo de espera, que me parece infinito, hago lo posible por aplacar mis necesidades; ¡el ejército quiere salir a la fuerza!, ¡esos cabezones no se pelean por regenerarse!, se empeñan en huir, ser libres, me empujan y corren aturdidos…, solo escapar de esa ebullición es su más ferviente aspiración. Les ruego una oportunidad para compensar este desastre de haberlos invitado a la gran parranda y salir con las tablas en la cabeza. Ellos insisten en emerger por su cuenta, pero les advierto que morirán millares sin llegar a disfrutar del placer de la vida y me responden los muy ingratos:
¡No nos importa un carajo!, estar aquí encerrados es una pesadilla.

  Definitivamente esta rebelión de miles es una guerra psicológica. Sofoco el cuerpo con mis pensamientos, tengo el flujo de testosterona al cien por ciento; trago saliva, me suda la frente, me pican las manos, me tiemblan las piernas, estoy a punto de un colapso, un coma pajillero y… y… ¡arranca ya coño!...  

   Ruuuiiiiruuu, ruiii, ruiii… ruiiiruuu, chu, chu, churuiiiooo…: «Al fin». Clac-clac-clac… entre sudores fríos aparecen en directo esas bronceadas curvas en high definition; las yemas de mis falanges rebotan fantaseándola ¡para mí solito! «¡Eres un egoísta!», acota ella en la distancia, pero es que posee una hechura muy hermosa: La imagino con sabor a mango, a sol caribe, a olor tropical. Clac-clac-clac… «¡No sean curiosos!», lo que le manifiesto es confidencial, exclusivamente entre ella y yo. Ese castaño cabello lo enrosco delicadamente en la punta de mis dedos, esos encarnados labios son dos espadas fileteando los míos, ¡esos ojos traviesos!, preñados de fuego, me invitan a lujuriar… A través del ojo visor, desciende… la pícara, enseña sus cocos henchidos de proteínica leche y mi incendiado mástil, junto a sus inflamadas boyas, se aprisiona contra el metálico cierre.

   Clac-clac-clac… ¡no traten de pescar lo que le escribo! No se los den de Anonymous; ya se los dije, es algo muy íntimo entre este par. El visor recorre sus firmes y dorados muslos repletos de diminutos vellos. «Mira lo que te tengo», me dice la descarada; se gira y me enseña los dos hemisferios sebosos…, su pomposo rulé de voluptuosa definición, me comería su escondido y pestilente hedor como todo un placer gastronómico. El mástil, en plena tormenta, está a punto de partirse en pedazos desde el tallo hasta el frenillo al no encontrar una salida de emergencia. Clac-clac-clac… El visor se mueve violentamente y se sitúa en sus perfectos y blancos dientes para mostrarme en la ironía de quien posee el control de la situación.

   Clac-clac-clac... Palmo a palmo el visor pasea sus prominentes caderas y llega al ombligo para detenerse y dejarme extasiado. De una manera vulgar, lubrifico con saliva las palmas de las manos, abro la cremallera, le consiento escapar al mástil que tiene las violáceas venas hinchadas como un globo y por fin logra respirar de tal ahogo. Ella desliza el visor perezosamente y muestra el más preciado tesoro de Venus envuelto en una esponjosa lana negra y, al descubrirlo, se puede distinguir jugosita, rosadita, bonita, cerradita y delicada.

   Imagino su hinchado clítoris temblar como una gelatina rosada, mientras la devoro con gozo, la torturo con los dientes y los hilos de saliva diseñan estalactitas de cavernas en esa región pubiana.  ¡Ya no resisto más!; de una manera placentera mi muñeca sacude el mástil de arriba a abajo en un torbellino de sensaciones, ¡explotó por dentro!, termino rindiéndome como todas las noches y expulso un placer espasmódico en un claro gemido: “libertad”. Exhausto, sudado, adormilado, hambriento, clac-clac-clac…, me despido de ella a través de la inalámbrica conectividad y me desconecto…



Seleccionado en la Convocatoria de la Revista Literaria Anuket 2020.
Literatura Erótica. Tomo 3. 

Las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de la Revista Anuket Tomo 3


viernes, 3 de abril de 2020

Esa eres tú

Eres lo maravilloso de mis días, esa infinitud que vocea lo inefable,
calandrias y gavilanes compartiendo el mismo nido,
y mis besos y abrazos olfateando tu silueta en las sombras.
Agradezco a la ilusión por embarcarla en la nao que navega a mi lado
para así comulgar prisión y albedrío como Dios manda.

Esa eres tú, ese milagro donde borbolla el punto de la sustancia.
Como hiena te acoso para la sempiterna fiesta en la madriguera,
el calor lleva de la mano al sudor por la senda que cala tu tez
y obligado estoy a seducir el lapso que le proveyó alas a tu centro.

Hago votos con la sangre que brota del útero de la tierra,
que lameré tus heridas y convertiré tus predios en lirios de agua.
Seré agradecido con el camino que toquen mis vulgares pies.
¡Por favor!, te imploro en una lágrima mía:
quiéreme por el resto de la vida y ama al zafio que soy.

Eres la presencia que rebosa mis campos baldíos,
lo alucinante que abarca mis deshechos mares.
No pretendo que me regales nada, lidiaré por cada poro tuyo.

Con mi sabor amargo y un tanto de miel de tus labios
te prometo que no serás un cuento que no se escriba.
Apostaré el alma en las letras que te harán veraz,
serán grafías con un amor fresco y lozano.

¡Ahora bésame!...
y cabalguemos sin tregua para deponer el tiempo atrás.
Traguemos años y hagamos eterno este baile de Eros.

En ninguna fracción renunciaré a ser tuyo en tu piel.
Si te secuestrara el fenecer, iría por tu corazón a donde sea
para que tus callados ojitos por siempre rían.

Tomaré tu frío y tu hambre, y te daré amor.




miércoles, 4 de diciembre de 2019

Tierra bajo mis uñas



En mi paseo por la Gran Manzana, diviso en la esquina a ese regio trasatlántico,
centenario, colmado de más historias que su apilada acústica de ladrillos y piedras.
Nacido de sueños, nacido del océano, nacido de luna de miel, nacido del puro amor,
allí se recrea el cuerpo y alma de esas caricias que dejan los ricos colores orquestales.


Ahora estoy adentro y respiro una atmósfera de calma, el caos lo he dejado en la calle
y en una ilusión pueril me parece estar en un ilícito fragmento de la historia.
Ahora estoy arriba del escenario donde olvido qué tan lejos está mi casa materna,
pero me he traído en las valijas los “tics” vocálicos más hermosos de sus risas.



En este vehemente sueño puedo lidiar con eso y dejar de pensar en lo que dejamos 
ausentaré lo malo para evocar y añorar mi olor a tierra con el recuerdo hecho música.
Desprevenida, me abordan sincopadas y rítmicas olas de sentimientos que van y vienen
conectándome a las emociones de la imaginación, que son lo que me hacen humano.




Ahora estoy aquí en la sala de conciertos como un regalo que la vida obsequia a pocos;
entre el suntuoso amueblado y decorado, que parece trivial se esconden significados,
rebotan de las paredes, pisos flotantes, techos colgados, los ecos de herencia musical:
Sergéi Rajmanino, Vladimir Horowitz, Isaac Ster, Walter Damsosch, Doral Parelman…



Mis ojos no existen, mi boca no existe, mis oídos no existen, que me quedé sin voz…
Soy etérea, aquí en el lugar que escapo soy feliz y nadie puede hacerme daño.
Habitan las butacas al frente, vacías como un ensayo de luz que me consiente la vida.
Los atriles sin partituras, las sillas sin músicos, los instrumentos con solo el alma
y noto mi suave voz… allá, delante de mí… y mi saliva, que es etérea, la siento rodar.


En el éxtasis transportado llevo mi piano al fondo del patio familiar y los oigo libres;
observo mis manos y descubro abrazada, debajo de mis uñas, la tierra que añoro.
Me acerco al piano con el alma libre y confieso que junto a él soy una amante feliz.
Sentada, mientras tecleo, veo debajo de mis uñas la tierra de aquella llanura que amo.



Mientras las melodías vuelan y se hacen sueños, veo en mis uñas la nevisca que amo.
El recorrido de mis manos parece infinito y veo en mis uñas las aguas azules que amo.
Escapo en el mariposeo de mis dedos que me muestran el cerro Ávila que siempre amé.
Sin otro auxilio que mi instrumento improviso un ritmo sin alardes de mi pena historia
la última nota del “Himno más bello del mundo” colma cada rincón del Carnegie Hall.


Abro los ojos para encontrar que no es un sueño; el golpeo de cuerdas voló con miles
pues el aplauso y vitoreo de la audiencia que se levanta de sus butacas me despierta,
y en una ceguera emocional contemplo impecables mis manos de pianista,
y siento mi arrugado y exiliado corazón huérfano de tierra aquí en Manhattan.




Gabriela Montero pianista, compositora y arreglista venezolana, 
destacada por sus improvisaciones al ritmo del piano de melodías populares y clásicas.

El 30 de julio de 2019, Gabriela hizo magia en el majestuoso escenario del 
Carnegie Hall de Nueva York, en el que desde 1960 no se presentaba 
una mujer con su propio concierto.


Todas las imágenes usadas en esta entrada fueron tomadas de la web


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...