Sin rumbo vagamos luego
de escapar de la licenciosa fiesta de Baco
y la Luna detenida nos
alumbra con la preñada leche de la noche.
En esa ebriedad,
descalzos, paseamos por la ribera en el romper del oleaje,
nuestros pies se
embarran de sal y arena para liberar la atrapada locura.
Nacen ráfagas de lluvia
y el mar se embravece entre truenos y relámpagos,
y escapamos para
refugiarnos en el lecho que obsequia el afrutado del vino.
… Luego de mimar
ardientemente cada uno de tus húmedos crepúsculos,
el notorio encendido
abraza por completo el cielo de nuestro paradero
y luego de besar el
cenit libertando la extrema fogosidad de los amantes,
lentamente, en el
horizonte, llega el ocaso de mi áspero aliento extenuado
y tropiezo tu resuello
en la almohada para contemplarte como un niño
que como un feto se
contrae en la vehemencia de la eterna inocencia.
En una perspectiva
difusa y sonrosada de la fresca aspiración mañanera,
despierto con los
primeros roces de la aurora yendo al encuentro del orto
para emprender el
seductor día cosechando el silbido de las promesas
abrigadas entre rugosos
caminos de lienzos de los inertes flagelos
que cunden su peculiar
hedor transparente pulverizado en los rincones
de cada pared, donde
duerme el éxtasis de la celebración desenfrenada.
Es el umbral del
origen, es la carne junto al pecado
que se reconocen ante
la luz tempranera que riega el circular horizonte
delante de un oscuro y
amargo café que se delata en una humeante estela
que baña en una cremosa
melaza tus finas células protectoras de melanina
y así imagino
amaneceres improvisados en un futuro de vicios ocultos
acompañados por
gentiles ventanales, que guardan los secretos a voces
y manosean como un
fetichista adulador en lo privado…
¡tu cepillo
de dientes!…, junto al mío.
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