Envuelto
laxamente en una túnica almagra con claves de olor a metal
bebo el
humor del ruego a través de las estrechas puertas de las cavidades
y me asomo
agitado a la buhardilla que babosea el vértice en el suelo
para captar
en esa autopista el ultrasonido perpetuo y pulsátil
de los
alunados aullidos, asidos a sinfonías, que se propagan a la intemperie
y cruzan el
endémico pasillo de mi pusilánime y anoréxica cáscara.
Atiendo a
sus desesperadas voces en un raudo reflejo animal
y como un
insepulto perro silente agoto en la ausencia el ladrar
esperando,
tan solo deseando el vistazo falaz del tiempo.
Cuando te
atrapa la resonancia del ignorado secreto
descubres
lo frágil que es ese lesivo puño musculoso.
Si
pronuncio lo que pienso soy un avanzado vanidoso del reino;
si en este
juego extravío lo que era, dejo de ser la auténtica evolución.
Asomado en
lo alto rozando el tejado inhalo profundo hasta el mar
y en el
cristalino barco le cuelgo pasajeros fugados en el viento
para que
los lleve a salvo redimiendo la fe del mundanal exterior;
tal vez eso
calme con algunas saladas gotas su trágica angustia
y le
expreso en ese límpido
bajel:
La ilación
del cordero de los amores no es más que un turbio sofisma,
simplemente
irrumpen coloridas mariposas que vuelan jugueteando
entre el
jugoso estómago y el clandestino puño del corazón.
Antes de
taponar la entrada de aire y luz al recinto,
le
garabateo: ¡Anda tranquila!...
en la
búsqueda más escondida, ¡pues yo estaré bien!
No hay comentarios:
Publicar un comentario