sábado, 25 de junio de 2011

Reclusión

Envuelto laxamente en una túnica almagra con claves de olor a metal
bebo el humor del ruego a través de las estrechas puertas de las cavidades
y me asomo agitado a la buhardilla que babosea el vértice en el suelo
para captar en esa autopista el ultrasonido perpetuo y pulsátil
de los alunados aullidos, asidos a sinfonías, que se propagan a la intemperie
y cruzan el endémico pasillo de mi pusilánime y anoréxica cáscara.
Atiendo a sus desesperadas voces en un raudo reflejo animal
y como un insepulto perro silente agoto en la ausencia el ladrar
esperando, tan solo deseando el vistazo falaz del tiempo.
Cuando te atrapa la resonancia del ignorado secreto
descubres lo frágil que es ese lesivo puño musculoso.
Si pronuncio lo que pienso soy un avanzado vanidoso del reino;
si en este juego extravío lo que era, dejo de ser la auténtica evolución.
Asomado en lo alto rozando el tejado inhalo profundo hasta el mar
y en el cristalino barco le cuelgo pasajeros fugados en el viento
para que los lleve a salvo redimiendo la fe del mundanal exterior;
tal vez eso calme con algunas saladas gotas su trágica angustia
y le expreso en ese límpido bajel:                      
La ilación del cordero de los amores no es más que un turbio sofisma,
simplemente irrumpen coloridas mariposas que vuelan jugueteando
entre el jugoso estómago y el clandestino puño del corazón.
Antes de taponar la entrada de aire y luz al recinto,
le garabateo: ¡Anda tranquila!...
en la búsqueda más escondida, ¡pues yo estaré bien!

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