Me bajo del taxi una cuadra antes de
llegar al lugar de la cita para poder tomar fuerzas debido a la emoción que
significa verla de nuevo y saber que no la he perdido. La caminata por esa
calle se me torna infinita, ¡apresuro y freno!, apresuro y freno los pies... No
sé si es la ansiedad, la felicidad o el caballero elegante que camina delante
de mí con su larga gabardina gris, su bastón de empuñadura dorada y la pipa
ocre que lleva encendida. La humareda que ella desprende me sirve de guía y no
me molesta en lo absoluto, ese aroma de tabaco es mi preferido. El caballero se
ha volteado para echarme la vista encima porque soy el único que pasea detrás
de él; intuyo su incomodidad, ¡tanto es!, que apresura su andar para dejarme a
la zaga y el trazado sendero de humo se aleja, ¡pero no le doy el gusto!
Redoblo el paso para seguir de cerca las huellas de esa emanación que me hace
sentir vivo y entrego un lamento febril..., pues estoy a tres metros del bar
donde tengo la ansiada cita, y renuncio a mi perseguido con su cachimba y el
humo.
Entro al
establecimiento y busco a la persona con quien está mi chica bella. Me siento
en la barra y un compañero de trabajo me saluda de forma cordial, me entrega el
paquete que contiene una cajita de madera, saco el receptáculo del envoltorio y,
por unos segundos, contemplo extasiado tal tesoro, la abro y pongo su contenido
en la palma de mi mano. No me canso de apreciar su boquilla, su tubo, su
cazoleta y esa figura encantadora. Mientras le coloco picadura en la cazoleta,
dispongo encenderla y aspirar su orgásmico humo para así festejar la emoción de
no haberla extraviado. ¡Cuánto se desperdicia de su aroma!, su niebla está
expuesta a la caprichosa ventilación del pálido recinto. Es un placer sentir
las buenas vibraciones al saborear un exquisito tabaco… efecto profundo y casi
solemne. Me relamo con los vastos sentidos del cuerpo: la vista, el tacto, el
gusto, hasta escucho el zumbar de esa emanación… Se entrega sin condiciones
para su fumada, la degustaré hasta que se extinga en mis manos. Una vez
cumplida su misión, mi amigo muy sonriente se despide diciéndome: “¡eres un
empedernido!”.