La joven madre. 1889 Arturo Michelena |
Mi
emancipación es un inútil armatoste de crianza, nací en una tierra donde la
cotidianidad forja al varón en una inagotable hombría hostil. Aunque yo si
conocí a un caballero talentoso de cuna y con aura de humano, ese lúcido hombre
me inmortalizó, pero como la mayoría de los que andan en dos patas por este
continente, una madrugada abandonó el taller, y ya tengo unos cuantas fechas colgando
de estos esperanzadores clavos que aguardan su regreso.
Sobre el
piso lustroso se sienten esas pisadas todo el día de aquí para allá, envueltas
en un barullo del murmullo que me dejan agotada al final de la tarde. Por las
noches al cerrar el recinto aprovecho
para descansar del eco que produce tanta gente rondándome y, mi niño entre mis
brazos a esta hora ya se encuentra menos ansioso. Desde aquí, al frente de mi
terraza, tengo el panorama del “Atardecer a orillas del río Manzanares”… hermoso
y… en una pincelada, noto al amigo Ferdinand, noctámbulo en aquellos bordes;
algo triste, rodeado por esos desnudos negros en un lúgubre ambiente de la
miseria de la caridad.
Hoy muy
temprano salió el Sol y como una hembra de estas tierras de providencial belleza,
debo verme impecablemente preciosa y lucir esta maternidad lo más armoniosa
posible. Noto al público como observa mi íntima desnudez a través del marco y
hacen gala de una penetrante o somera mirada dependiendo el caso: “Hombre” o “mujer”.
Algunos de
esos sujetos con sus anteojos puestos en la punta de la nariz, realizan
análisis en voz alta con matices novelescos con aires de intelectuales y hasta
poéticos…; sobre el color de mi vestido, mi sensual mirada, el rededor de mi
bebe en tensa angustia y hasta se atreven en andar mi más profunda psiquis…, no
logra escapar a la disertación el perro imaginario que tengo amarrado en la
entrada de la puerta de la casa. El pobre canino se tapa con las patas
delanteras la vista para no observar esas inquisidoras y aburridas caras, pero
en cambio yo, tengo que mirarlos de reojo con mi perspectiva tridimensional.
¡Eso si!, nadie se atreve a tocarme, pues de inmediato es sacado de la sala por
un par de uniformados y robustos hombres que me prestan la seguridad durante
veinticuatro horas diarias.
Echo un
vistazo entre los alucinantes óleos, y a cada recoveco de las impolutas paredes
para tratar de pillar por algún lugar a Arturo… que es culpable de mi prisión
pero nada que aparece y siempre un ocioso comentario nombrándolo en pasado como
si ya la tierra lo hubiese arponeado con gusanos, ¡pero no lo creo!, pues
pasamos incontables amanecidas en conversas mientras mi niño dormía. Dicen que está en París de
juerga con Cristóbal; dándose la gran vida de bohemio… mientras yo aquí colgando
de estos clavos con su muchacho en una maternidad conflictiva…
Imagen tomada de la web.