Déjame
un beso, Eloísa; seré Abelardo, el amante…
Déjame
ser tu espada, ese filo que atraviesa la injusticia.
Déjame
ser tu siervo pues eres la emperatriz de mi corazón.
Déjame
tomar tu inocencia como el hombro se la hurta al águila.
Déjame
palpar tus pechos, esa ubre que en la maduración genera la vida.
Déjame
correr tras tu aliento, ese vapor que baña en cura mis heridas.
Déjame
volar en tus brazos, esos que como remos abarcaron mi dicha.
Déjame
renunciar a ti pues el eterno tiempo te reclama en vida.
Déjame
gritar tu nombre, que cabalgue mi eco a tu monte.
Déjame
que te hable con las palabras que inventé desde que eres hábito.
Déjame
ir hasta ti, tal vez así mi existencia tenga sentido.
Déjame
que te recuerde, así el cofre de los
afectos no se sienta tan solitario.
Déjame
inundar tu vida con la savia que brota de mi desesperada concha.
Déjame
amarte con el puro amor que germina de un niño.
Déjame
raptarte así la ciega venganza me apoque.
Déjame
ser tus lágrimas, esas que descalzas corren por tu suave piel.
Déjame
descansar contigo en los jardines del eviterno beso.