Foso de los Laureles |
Entre movimientos de litera, a la
conversa le invitamos toda la noche, y en la lucidez de Bienvenido se oculta un
rato la angustia y surge la aflicción para decir:
—¿Sabes?, Hiram, salí de mi casa y no le di un beso a mi esposa…,
no abracé a mi hija y solo le dejé un beso sobre la fría almohada…
—¡Tranquilo compañero!, ellas saben lo mucho que las amas y
pronto estarás de vuelta con ellas… La vida no te va a desamparar. —Le contestó.
—¿Qué será de mi familia, Hiram?...
Él ya tiene la petición
fiscal que le dieron ayer como para torturarle toda la noche. Yo estoy
convencido de que él saldrá ileso de esta, pues no lo han cogido con nada incriminatorio;
por lo tanto, es inocente de lo que se le acusa.
Intento prestarle ánimo para
cobijarlo con la esperanza que yo mismo tengo y así pasamos las horas en la
oscuridad con cuentos y tragos amargos de la realidad que nos abarca.
Ya se oye el alboroto anunciando que
es de mañana. Me siento en la litera y observo a Bienvenido vestido para la cita…:
se rasura la barba procurando sacarla toda de su rostro y pregunto:
—¡Oye, Bienvenido Infante, ¿por qué te afeitas tanto?! —Su respuesta me deja tatuado un
recuerdo en el pecho.
—¡Porque quiero morir bonito!...
Ya había venido el carrito
para transportarlo y como pude me pegué a los condenados barrotes para poder advertirlo
despedirse a la distancia…, y partió.
Al rato supe que no nos veríamos más,
pues escuché retumbar las descargas…, allá…, en el Foso de los Laureles.
Bienvenido Infante Suárez y Radamés
Amador.
Ficción Histórica
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