Vestido de blanco caminé las calles de nafta.
No era un ángel; ¡no era un ejército de ángeles!
Era un hombre; ¡no era un ejército de hombres!
A la memoria vienen los años
de camisas de cuadros
y aquellos magnos anteojos
que daban proporciones;
de lo que serían mis sueños terrenales.
En el desperdicio y hastío de los días
logré ver la auténtica cara de los amigos,
pues, siempre la careta contra las lacrimógenas,
empañaban la visión del corazón…
Fui acorralado en una emboscada de truhanes
hablaron con las palabras de la ignominia
hicieron la fiesta de Sodoma y Gomorra
invitaron al Diablo que ofrecía la añagaza sonrisa.
Y allí:
Entre contradicciones y hechos inexactos,
celebraron el inejecutable fallo.
Ahora entre cuatro paredes llevo a mi familia
enclavada con su inocente sonrisa de foto… que,
forja en este recinto una llanura de esperanza.
Vi a mi padre domar el llanto con la dignidad,
y a mi madre en una lágrima hecha bondad.
En un discurso que acurruca al miedo,
enfrente sin preeminencia a mis acusadores que,
hacen antónimo de democrático a inocente.
A mi lado; la mano de mi sagrado amor.
Delante de mí; la multitud con ojos de libertad y,
¡gerifaltes a la distancia!;
los que acortarían mi aire…
Pero detrás de mis hombros;
“Martí” libertario.
No habrá noches que compensen
la distancia con mis hijos,
ni bandera que abrigue
los cuerpos de los mártires.
No habrá venganza… ¡pero si justicia!